“A
mí me fallan una vez y ahí termina todo”. Así nos expresamos muy a menudo
cuando hablamos con la posibilidad de que algún día alguien nos falle. Ese
sentimiento a no dar una segunda oportunidad al que comete un error que
prevalece entre esposos, amigos, miembros de iglesia e instituciones. El lema
es: “Si fallaste, no esperes más”. Es un gran alivio pensar y saber que Dios no
es así. Dios es el Dios de la segunda oportunidad.
Dios
demostró en la cruz del Calvario el amor verdadero, que alcanza a
quienes ya agotaron toda oportunidad y toda paciencia humana.
El
drama de la mujer que fue sorprendida en adulterio nos enseña una gran lección.
(Juan 7:53-8:11)
¿Cuál habría sido tu reacción ante la petición
de aquellos celosos guardianes del “Manual de la Iglesia” de la época y de las
normas morales establecidas? Jesús reaccionó con amor.
Amor, no solo para la acusada, sino para los acusadores. Sabemos lo que hizo;
los convenció de sus propios pecados para que meditaran.
Los
escribió en el polvo y solo ellos pudieron entenderlo. Inmediatamente expresó
un principio básico que debe llamarnos a la reflexión, especialmente cuando nos
convertimos en jueces de los que han cometido un error: El que de vosotros
esté sin pecado, sea el primero en arrojar la piedra (Juan 8: 7).
Deberíamos
tener cuidado, porque hay un principio psicológico bien establecido: Solo
notamos en los demás los errores que nosotros mismos cometemos. Por eso dijo el
Señor que cuando juzgamos y condenamos a los demás, nos juzgamos y nos
condenamos a nosotros mismos (Rom. 2: 1). No ignoremos esta terrible
verdad. Las personas más críticas y que con más saña juzgan a los demás son las
que, generalmente, son culpables de los mismos pecados que el acusado.
El
hermano del hijo pródigo, que se incomodó porque a este se le dio una segunda
oportunidad, hacía las mismas cosas que él. La diferencia es que las hacía
dentro de la casa.
Ninguno
de los acusadores de la mujer pudo hacer alarde de una vida sin
pecado, por lo cual desaparecieron todos inmediatamente. Solamente quedó el
único que podía lanzar la primera piedra, Jesús. Pero él rehusó condenar a la
pecadora.
El ministerio de Jesús será siempre el de la segunda, la tercera, la enésima oportunidad. Su política es dar todas las oportunidades que sean necesarias.
No
conserva una lista de errores. Su gran deseo es dar una segunda oportunidad
para hacer lo recto a todo aquel que lo necesite y desee comenzar de nuevo.
Concede hoy una segunda oportunidad a todos los que lo necesiten y lo pidan.
¿Tu que opinas?
¿Darias una segunda oportunidad?