Los
evangelios recogen diecisiete de las oraciones de Jesús. Están entrelazadas con
su ministerio público, desde el día de su bautismo hasta el momento en que
murió.
“Se
levantó de madrugada, se marchó al descampado y allí se puso a orar. Simón y
sus compañeros fueron a buscarlos...” (Marcos 1, 35-36)
Los
discípulos describen el Jesús orante como ¡una persona que disfruta orando! La
vida de Jesús parecía fluir de la oración.
Añadió
una serie de imágenes luminosas:
Dios desea oírnos y nos responderá con agrado. No es como un vecino adormilado
al que intentamos sacar de la cama a medianoche.
Dios es auténtico. Está aquí. No es un bromista que nos invita a que le pidamos
todo lo que queremos para no dárnoslo. Ni nos manda buscar algo que nunca encontraremos.
Ni nos animas a llamar a una puerta que nunca podrá abrirse. Es como un Padre
que goza dando cosas buenas a sus hijos. Su mejor regalo es el Espíritu Santo.
Basta con que se lo pidamos.
¿Cuándo
oraba Jesús?
1.
Lo encontramos rezando en cada momento importante de su ministerio.
2.
Después de su bautismo, mientras oraba, el Espíritu se posó sobre él en forma
de paloma y la voz de Dios Padre proclamó que Jesús era su “Hijo amado”.
3.
Oró antes de elegir a los doce discípulos.
4.
Después de que Pedro le reconociera como el Mesías y cuando la opinión de los
que le rodeaban pretendía que se proclamase Rey de los judíos.
5.
La noche de su arresto, rezó por sus discípulos y por los que habrían de creer
en él y todos los tiempos.
En
la persona de Jesús vemos que la oración es una fuente de vida. La oración le
era indispensable si quería que el Espíritu de Dios actuase en él y si quería
cumplir su misión hasta dar la vida por los pecados del mundo.
¿Cómo oraba Jesús?
Algunos
detalles de la vida de Jesús, nos dan sugerencias valiosas sobre el modo de
hacerlo.
1. Jesús
se apartaba: Cuando Jesús quería orar, se apartaba -aunque fuese sólo un
poco- de sus ocupaciones diarias. En una cultura que había hecho la oración un
espectáculo -con jefes religiosos que oraban como buscando batir marcas-, Jesús
se escondía. Metido en una actividad sin descanso, rodeado por gente que
esperaba de él prodigios, dedicaba con frecuencia y asiduidad tiempo para orar.
En la oración cargaba su batería espiritual y volvía a su tarea con el espíritu
renovado y su cuerpo lleno de vigor.
2. Jesús
vivía las propias emociones: En vez de quedarse en suspiros o llantos al
sentirse turbado, orientaba sus sentimientos hacia la oración. En vez de
permitir que la angustia o la frustración le encerrasen en una cárcel de
depresión, Jesús hacía presente la agonía de su espíritu a su Padre del cielo.
Es
una lección para nosotros: tenemos que desahogarnos con Dios. Decirle como nos
sentimos y hasta (¿por qué no?) expresarle nuestra ira y nuestro desafío.
3. Jesús
estaba abierto al Padre: a lo que el Padre le dijera. Casi al final del
primer capítulo del evangelio de san Marcos, leemos que Jesús cambia de
decisión después de un momento de oración: “Él les respondió: Vámonos a otra
parte, a las aldeas cercanas, para predicar también allí; que para eso he
salido” (Mc. 1,38).
Para
Jesús, orar no fue nunca un modo de pedir al Padre que rectificase todas sus
decisiones. Más bien era un constante gesto de hacer que su vida se ajustase a
la mente, la voluntad y el designio de Dios.
Para la reflexión personal y de pareja:
Jesús
inicia su andadura y sus acciones más importantes partiendo de la oración, que
le muestra la voluntad del Padre. ¿Nuestra vida está guiada por la oración? ¿Estamos
atentos a la voluntad del Padre?
Juzga
tu oración personal a la luz de este texto.
¿Qué
buscas en la oración personal y comunitaria? ¿Sientes la importancia de cada
una de ellas?
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