Tener un proyecto personal de vida significa saber lo que quiero en la vida,
tenerlo claro, saber cómo lo quiero, darle un sentido a la vida.
Cuando tomamos la decisión de formar una pareja se abre una dimensión más al proyecto personal. Ya no sólo tengo “mi vida”, nos hemos comprometido a vivirla juntos. Ahora construimos «nuestra vida».
Eso significa que sabemos lo que queremos como pareja, que conocemos qué tenemos claro tú y yo juntos, que vamos haciéndonos dueños de nuestra vida de esposos y damos un sentido a nuestra historia común.
Cuando tomamos la decisión de formar una pareja se abre una dimensión más al proyecto personal. Ya no sólo tengo “mi vida”, nos hemos comprometido a vivirla juntos. Ahora construimos «nuestra vida».
Eso significa que sabemos lo que queremos como pareja, que conocemos qué tenemos claro tú y yo juntos, que vamos haciéndonos dueños de nuestra vida de esposos y damos un sentido a nuestra historia común.
Y
comenzamos a buscar entre los dos las respuestas a algunas preguntas: ¿qué
queremos conseguir juntos?, ¿qué sentimientos y acciones nos son comunes?,
¿cuáles no?, En el fondo, estamos haciéndonos conscientes de nuestro querer,
nuestras necesidades, nuestras ilusiones, nuestra vocación.
Con
el proyecto intentamos establecer los hitos que vayan marcando el hilo
conductor de nuestra pareja: los valores en que creemos, las actitudes que
vemos necesarias para desarrollarlos, los criterios que nos ayudarán a
decidir... Con todo esto, nuestro proyecto intenta ser el contexto en el que
nos reconocemos, porque responde a nuestra esencia, y en el que podemos
proyectar nuestra ilusión, porque es el instrumento que nos ayuda a vivirla.
Cuando
tenemos un proyecto tenemos nuestra «constitución... Ahí está el motor de
nuestra vida. Lo que nos llena de ilusión, aquello por lo que vale la pena
todo, por lo que estamos dispuestos a hacer cosas que ahora desconocemos pero
que llevaremos a cabo, Y para ir haciéndolo realidad hemos visto cuáles son
nuestras capacidades y nuestras limitaciones, los medios con que contamos y los
criterios y orientaciones. Todo ello está también en el proyecto: son nuestras
reglas de¡ juego.
Igual
que una constitución, el proyecto es nuestra principal «ley» para la vida. No
es una norma impuesta: nos hemos sentado, hemos reflexionado, lo hemos
discutido, nos hemos hecho las preguntas esenciales, hemos hallado nuestras
respuestas, lo hemos consultado, lo hemos llevado a la oración, lo hemos votado
e, incluso, hemos hecho una «jornada de reflexión». Finalmente, nos hemos dado
lo mejor que teníamos: nuestra ilusión y nuestra decisión convertidas en la
firme determinación de hacerlo realidad. Es la vocación de nuestras vidas.
Por
eso, tener un proyecto de pareja es tener algo necesariamente de los dos,
distinto de ti y de mí, que no funciona si “soy sólo yo” o “eres sólo tú”, que
sólo nos vale si somos “Ios dos”, si es de ambos y para ambos.
Al
elaborarlo, creamos una referencia clara y sólida para la vida: no sabemos qué
nos pasará, qué cosas nos tocará vivir, pero sabemos que tenemos una guía, un
punto firme y fuerte que nos ayudará a orientarnos en cada situación.
Esto
nos va haciendo dueños de nuestra vida. El azar y la casualidad van dejando
cada vez más sitio a nuestra capacidad de decisión. Sabemos qué queremos,
podemos encaminar nuestros pasos hacia ello, podemos ir tomando decisiones que
nos acerquen a nuestros objetivos. Vamos construyendo el futuro que hemos
dibujado, desde cada una de las situaciones que nos encontramos en el presente.
Y
paralelamente, a medida que vamos dando pasos, nuestro «pasado» es rescatado
del olvido. Lo hecho, lo vivido no queda atrás sin más: va cimentando la
construcción del proyecto, que se va enriqueciendo y adaptando con nuestra
experiencia. Podemos recordar nuestra historia, contarla, ofrecerla, celebrarla.
Por
ello, tener un proyecto es hacer posible que vayamos construyendo nuestras
“Memorias de Pareja”. Esto nos da la ocasión de poder celebrar; tenemos algo
que celebrar juntos, algo que nos permite recuperar lo vivido y ver su sentido
en nuestra vida: las «fechas», los acontecimientos, la alegría, la tristeza, el
acierto, los errores, los triunfos, los fracasos... No son una suma de
casualidades; son nuestra historia y nos ayudan a seguir teniéndola,
El
mero hecho de hacernos conscientes de lo que somos, de lo que queremos, nos
ayuda a ofrecernos a los demás. Nuestro amor que quiere crecer, nuestra
ilusión, nuestro hogar, nuestro tiempo, nuestras cosas, nuestro trabajo,
adquieren un sentido, son un todo, y no sólo una suma casual de cosas aisladas.
Pero
esto no es fácil, no nos viene dado. Supone el trabajo de alimentar, hacer
crecer y construir día a día lo que hemos depositado en el proyecto. Nuestra
ilusión, lo que vimos claro aquel día tú y yo, lo que más nos importa en esta
vida. Nuestro amor necesita entrega, tiempo, dedicación y cuidados, igual que
una persona, para que crezca y crezca bien, dé gusto verlo, para que sea lo
mejor que tenemos. Todo lo que merece la pena requiere un cierto esfuerzo.
Construir
un proyecto es un trabajo para toda la vida. Nos sentaremos a pensarlo una
tarde, un fin de semana o un mes (lo que cada uno precise), pero que nadie crea
que ahí se acabó la historia. El proyecto lo vivimos cada día, lo actualizamos,
lo enriquecemos y lo celebramos continuamente.
Entonces
es cuando podemos decir que nosotros hemos decidido que vamos a trabajar para
que nuestra vida sea lo que hemos visto que queremos que sea, y que a partir de
ahora sabemos cómo hacer que la ilusión se haga realidad. Nosotros somos el
proyecto, lo hemos decidido,
Tener
unas pocas ideas claras
Cuando
nos casamos, todos tenemos una idea m as o menos clara de lo que queremos que
sea nuestro matrimonio. Algunos incluso le dedican una buena cantidad de
imaginación: «seremos felices en nuestra maravillosa casa, donde reinará la
felicidad y la armonía; lo compartiremos todo; nunca estaremos alejados el uno
del otro, tendremos tres hijos, uno ministro, otro ingeniero y otro médico que
nos cuidará en nuestra vejez, al borde del mar...»
En
principio, ponemos nuestra felicidad en hacer realidad estas situaciones en las
cuales nos soñamos. Pero, ¿qué ocurrirá si no logramos ninguna de ellas? Todas
tienen algo en común, un riesgo añadido a la inevitable incógnita del futuro:
todas hacen referencia a lo externo, a lo que está fuera de nosotros y no
podemos controlar. No es una mera cuestión de consumismo o de “tener”: podemos
situar nuestra dicha en un chalé junto al mar o un gran coche, pero también en
lograr una carrera profesional deslumbrante o tener un montón de hijos y nietos
que acompañen nuestra vejez.
Poner
nuestra felicidad en lo que está en el exterior de uno mismo, encontrar el
sentido de la vida en algo que no decidimos nosotros es apostar muy fuerte, y
en una ruleta de alto riesgo. ¿Y si no tenemos hijos? ¿o si no quieren ser
ingenieros, sino músicos? ¿Y si nunca conseguimos ganar lo suficiente como para
poder comprarnos un adosado? ¿Carecerá por ello de sentido nuestra vida en
común, nuestro matrimonio?
No.
Estas «aparentemente misteriosas» convicciones profundas se encuentran más allá
de las circunstancias externas o cotidianas, dándoles sentido y ayudándonos a
interpretarlas. Tenemos que buscar en la esencia, en lo profundo del yo de cada
uno, para ver qué es eso tan intenso que nos ha hecho prometer, con toda la fe
del mundo, que ni las penas ni las alegrías, ni la salud ni la enfermedad, iban
a poder separarnos jamás. Ese algo que nos impulsa a creer en uno mismo, en el
otro, en los dos, ésa es la esencia de nuestro proyecto. Y ella es la que nos
lleva a decir, con una locura llena de certeza, que yo no sé qué será de mí, qué
me deparará el futuro, pero sé que junto a ti, mi vida siempre tendrá sentido.
“Lo
que hemos emprendido juntos es la aventura definitiva. Estos términos son
complementarios, porque aventura implica que se trata de algo dinámico, vivo,
que ni siquiera nosotros sabemos cómo va a terminar, pero al mismo tiempo,
definitivo, vital, que nos define, que nos hace ser.
Mi
vida es contigo: buscaré y encontraré mi felicidad contigo, y al hacerlo, tú
también serás feliz. Creceré y cambiaré, y tú me harás crecer y cambiar y
escribiremos nuevos capítulos en nuestra aventura.” (LOURDES
Y ALBERTO)
Ese
sentido último que hemos intuido y que nos ha traído hasta aquí, ese que
queremos formular, para ofrecérnoslo mutuamente y disfrutar de su existencia y
crecimiento: esto somos nosotros.
Es
estupendo que cuando pensamos en nuestro matrimonio las imágenes sean de
felicidad y de plenitud; si no fuese así no hubiésemos escogido casarnos. Pero
todos, incluso los más imaginativos, sabemos que llevar a la vida de cada día
la ilusión de aquel «sí, quiero» va a necesitar algo más que imaginárnoslo.
Construir la ilusión que está viva en nuestro amor nos pide un esfuerzo
constante, para toda la vida.
Construir
nuestra vida en común es poner a trabajar nuestro amor, recoger esas
pocas convicciones que los dos tenemos «tan claras» y, desde ellas, proyectar
todo aquello que en nuestra vida nos va a ayudar a ser nosotros, a crecer.
Bueno,
y ¿cuáles son estas ideas claras que parecen tan importantes? De ellas no
existe un catálogo donde escoger, afortunadamente. De precisarlas se debe
encargar cada pareja.
¿Qué
tenemos claro tú y yo como pareja?
Esta
es la pregunta fundamental aunque no es fácil de contestar. No porque no
tengamos planteamientos comunes, sino porque generalmente no tenemos la
costumbre de pararnos a reflexionar sobre ello, y menos a dúo. Por eso, el
“primer tiempo” que necesita el proyecto es el de detenerse, sentarse y
reflexionar los dos.
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¿Qué tenemos claro tú y yo como pareja?
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¿Qué objetivo buscamos juntos? ¿Para qué nos casamos?
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¿Qué cosas alimentan nuestra vida en común?
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¿Qué cosas no tenemos tan claras tú y yo? ¿Cómo las afrontamos?
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