Las consecuencias de la evasión están acertadamente
sintetizadas en lo que Viktor Frankl denomina vacío existencial. Los que huyen
por el túnel de la evasión no tardan en darse cuenta de que corren hacia la
nada, que al final del túnel solo han de encontrar el abismo. Esto les provoca
una sensación de carestía esencial, de profundo vacío, de vacío existencial.
El vacío existencial es
la expresión erudita de una sensación mucho mas común de lo que se piensa, y
que lo expresaba aquella canción de Chico Buarque: «estás sin ton ni son en la
vida... » sin sentido, sin dirección... «y mi amor me llamó para ver a la banda
pasar tocando canciones de amor». Parece que en ese momento -cuando el amor
pasa por la vida, cuando aparece un sentido por el que vivir-, todo cambia
«para el viejo flojo, para la chica fea»: han salido del fondo de su tristeza
para sintonizar con el ritmo jubiloso de la alegría de vivir, pero todo vuelve
a su lugar una vez que la banda ya pasó... y «para mi desilusión, lo que era
dulce se acabó... y cada uno en su rincón, y en cada rincón un dolor, cuando la
banda ya pasó con sus canciones de amor...». La vida es bella cuando hay amor,
un sentido para vivir y para morir. cuando no es así, todo queda en su rincón,
un triste rincón lleno de vacío y de dolor.
Este sentimiento de vacío
existencial es lo que debió de sentir Francesca al entregarse al suicidio, o el
mu hacho alemán, que expresaba su hastío en forma de agresión.
Es muy interesante pensar
en que Frankl, después de largas experiencias clínicas, llegó a la conclusión
-a la que antes hacíamos referencia- de que entre los efectos del vacío
existencial está lo que se podría llamar tríada neurótica, que está constituida
de depresión, dependencia y agresión. Una depresión que lleva al suicidio como
le llevó a Francesca; una drogodependencia que es un pobre sustituto de la
felicidad y del amor que no se han encontrado en el vacío existencial; una
agresividad que sirve de válvula de escape para la tristeza y la falta de
motivación, y que se está convirtiendo en el temible y nuevo fenómeno de la
delincuencia juvenil.
«El suicidio, que en
otros tiempos ocupaba el vigésimo segundo lugar en la lista de causas de
mortandad en Estados Unidos, figura hoy en décimo lugar, y en algunos Estados
en el sexto. Y por cada uno que se suicida, hay quince que lo han intentado y
no lo han conseguido»2. La dependencia de estupefacientes, que tanto prolifera,
tiene como causa la falta de sentido de la vida. Uno de los estudios llevados a
cabo por la «Comisión Nacional sobre el Abuso de Marihuana y Drogas» de Estados
Unidos, que hizo una encuesta a cuatrocientos cincuenta y cinco estudiantes de
San Diego, California, reveló que «los consumidores de marihuana y alucinógenos
han dado a entender que estaban perturbados por la falta de sentido de la vida»
A la misma conclusión
llegó Fortsmeyer en un estudio sobre el alcoholismo.
Respecto al último
aspecto de la tríada, la agresión, escribe Frankl que «las pruebas estadísticas
favorecen la hipótesis de que las personas muestran una mayor propensión hacia
la agresividad cuando se ven afectadas por este sentimiento de vacío y de falta
de sentido».
Hay que subrayar, no
obstante, que la falta de sentido de la vida, el vacío existencial, están
provocados -según las investigaciones de Frankl- por la ausencia de Dios en la
conciencia personal. Es muy significativo que el sucesor de Sigmund Freud en la
cátedra de Psicopatología de la Universidad de Viena, haya escrito un trabajo,
donde recoge algunos de sus más sólidos pensamientos, con el título de La
presencia ignorada de Dios.
Frankl nos enseña cómo,
en el fondo de la búsqueda del sentido supremo de la vida está la búsqueda de
Dios. Y cita a Albert Einstein, que afirma que es precisamente la religión
quien responde a esta pregunta: ¿Cuál es el sentido de la vida? Paul Tillich
opina de modo semejante: «ser religioso significa fundamentalmente formular la
pregunta apasionada por el sentido de la vida».
Toda la obra de Frankl
parece establecer una serie de ecuaciones escalonadas que se podrían
simplificar así:
- Ausencia de Dios es
igual a falta de sentido de la vida.
- Falta de sentido de la
vida es igual a vacío existencial.
- Vacío existencial es
igual a depresión, suicidio, drogodependencia, agresividad, violencia.
Somos conscientes de que
el problema es muy complejo, de que las cosas no se pueden simplificar
demasiado, pero las conclusiones a las que llegamos -con base en estudios
serios-, han de ser tenidas en cuenta.
No debemos, por tanto,
pensar que los que se entregan a la bebida o a las drogas, o al sexo lo hacen
porque son malos. No, no son malos; están carentes, carentes de amor. Les falta
un sentido para su vida, y pretenden llenar ese vacío con una felicidad
artificial que termina aniquilándolos.
Del mismo modo, tampoco
debemos pensar que la presencia o ausencia de Dios es una cuestión «teológica»,
de «laboratorio clerical», que está al margen de los problemas vitales que nos
afligen -como la violencia o las drogas-, sino justo en su mismo centro. Está
en relación con estos problemas igual que la causa está en relación con sus
efectos.
Debo confesar que me he
encontrado en muchísimas ocasiones con este impresionante sentimiento de vacío
en el medio universitario de Río de Janeiro. Durante muchos años he oído a
centenares de estudiantes que, en sus más sinceras confidencias, me han revelado
que de ahí provienen todas sus angustias y carencias. Pero de cómo afecta este
problema al mundo universitario hablaremos más adelante.
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