Sube Conmigo
El perdón es el don de
los dones, como lo dice la palabra. Ciertamente es el don más difícil de
regalar. A la raíz de todos los conflictos fraternos está el problema del
perdón. La malevolencia, en una palabra, es la muralla absoluta que bloquea la
comunicación con el prójimo.
El sentimiento normal,
como tendencia fundamental de la vida, es la benevolencia hacia el otro. No
siempre, sin embargo, funciona en el hombre la tendencia de ser‑para‑otro, sino
también la inclinación de ser‑contra‑otro. Pero esto último no es lo normal.
La agresividad cordial
nace casi siempre entre los pliegues de la concurrencia y de la rivalidad, por
las que uno quiere conseguir algo y los otros se lo disputan. La resistencia
del otro es, pues, el obstáculo para el cumplimiento de mis deseos egoístas, y
mi emoción agresiva es el medio para anular aquella resistencia. Como se ve, el
egoísmo es la “madre” de la malevolencia.
Cuando un individuo es
propiamente un ególatra, tiende a considerar a cualquier otro como rival, y
fácilmente lo hace blanco de su agresión. Basta analizar las rivalidades
existentes entre un sujeto y Otro entre un grupo y otro, y siempre
descubriremos e las hostilidades de hoy antiguas batallas para salva guardar el
prestigio personal y asegurar los intereses propios.
Diferentes formas
El rencor es
la tendencia a hacer daño y a recrearse en ello.
Llamamos odio a
la inclinación a exterminar a otro. Es una «protesta», hecha con toda el alma,
contra el hecho de que el otro exista. El rasgo especifico del odio es el deseo
de que el otro no disfrute de la existencia. Es lo más opuesto al amor
fraterno, y a ello se refiere san Juan en sus cartas. Uno siente repugnancia
hasta de pronunciar la palabra odio. Pero la emoción del odio puede encubrirse,
con más frecuencia de lo que se cree, entre los pliegues de otros sentimientos.
Cuando el deseo de
poseer y la necesidad de estimación son lesionados, nace la necesidad de la
venganza, así como nace la gratitud como un impulso reactivo a lo bueno que
recibimos de los demás. Si el deseo de poder o estimación, repito, quedan
lesionados en sus exigencias, se busca la compensación produciendo un daño
igual a aquel que ha obstruido la aspiración: ojo por ojo: me quitas un ojo, te
quito un ojo. Existe, pues, en la venganza un ajuste de cuentas.
El resentimiento es
diferente a la venganza, por los motivos y por la forma. Esta emoción agresiva nace del hecho de saber
que el otro consigue lo que uno no ha podido obtener. El motivo del
resentimiento es que yo no tengo lo que él tiene:. él tiene más éxito,
prosperidad y estima que yo. El impulso vital de donde nace este sentimiento es
querer tener todo para mí y ser más que los demás.
En la envidia existe
todo el contenido del resentimiento y, además, encierra la inclinación a
vengarse de los que han sido más afortunados que uno, a pesar de que los tales
afortunados no me han causado ningún daño.
Se procura la
satisfacción rebajando los valores de los demás; y en esta operación
desvalorizadora se puede tomar un aire de objetividad, racionalizando con
nuevos principios otros códigos de valores, otros criterios para poder decir:
al final, tú no eres más que yo. En la emoción de la envidia hay siempre escondida
cierta dosis de frustración. No hay resentimiento sin envidia, aunque sí
envidia sin resentimiento.
En los celos queda
perturbado el deseo de tener todo para sí, al observar que el otro es objeto de
gran estimación por parte de los demás, estima que uno la desearía
exclusivamente para sí.
Antipatía es
una tendencia emocional por la que el prójimo es como un polo en el que yo no
encuentro resonancia. Esta emoción nace a veces del fondo vital. Otras veces,
en cambio, es el resultado de una transferencia inconsciente por la que uno
evoca un personaje olvidado con el que hubo conflictos en tiempos pasados.
Estas diferentes
emociones agresivas están en cada persona en una mezcla combinada. En el
problema del perdón pueden hacer su aparición todas ellas —o alguna de ellas—
en grados y especificaciones diferentes. Otras veces puede tratarse de un
sentimiento general contra el prójimo.
Cómo perdonar
Perdonar es extinguir
esos sentimientos como quien apaga una llama.
En estas emociones de
malevolencia existe una vinculación emocional entre el otro y yo. Estos sentimientos
adversos son cargas de resistencia, lanzadas mentalmente contra el prójimo. Las
cargas, al ser permanentes, forman una cadena que sujeta destructivamente a
los dos individuos.
Perdonar es, pues,
quebrar esos vínculos y desligarse.
Odiar —si se me permite
la expresión— es locura: es como el que almacena un veneno que irá lentamente
destruyéndolo por dentro.
¿Quién sufre? ¿El que
odia o el que es odiado? Cuántas personas pasan días y noches lanzando mentalmente
agresivas cargas emocionales contra una determinada persona, y esta persona ni
siquiera se entera. Mientras tú. te consumes, sombrío y enconado, contra tu
prójimo, el otro está «bailando» feliz en la vida, completamente desligado de
ti. La inmensa mayoría de las veces no llegan al interesado los efectos de
nuestras emociones destructivas, en tanto que estamos siendo lentamente
presionados y aprisionados por nuestras propias sombras tenebrosas.
¿Masoquismo?
¿Autodestrucción? No. Insensatez.
Odiar es locura.
El resentimiento
destruye al resentido.
Vale la pena perdonar.
¿Para qué sufrir inútilmente? No tendrás paz hasta que no te decidas a
perdonar. El día que perdones, sentirás un alivio tan grande que acabarás
diciendo: valió la pena.
Seguimos preguntando:
¿Cómo perdonar?
En primer lugar, el
problema fundamental consiste en separar la atención del recuerdo de aquella
persona. Yo te diría imperativamente tres palabras: déjala, olvídala,
deslígate. Es un acto de control mental.
Cuando te llegue el
recuerdo del tal individuo, no le des importancia, piensa en otra cosa, vuela
con tu mente en otras direcciones.
Este camino es
indirecto, pero muy eficaz. Al mismo tiempo te ayudará a conseguir un
progresivo dominio mental.
Existe aquel perdón que
llamamos intencional o de voluntad. Uno quiere perdonar, quisiera arrancar del
corazón toda hostilidad, le gustaría recordar a la persona, si no con simpatía,
al menos con indiferencia. Este perdón es suficiente para aproximarse a los
sacramentos.
El perdón emocional no
depende de la voluntad. La hostilidad tiene hundidas sus raíces en el fondo
vital instintivo. Nosotros no tenemos dominio directo sobre el mundo
emocional. Al darse el estímulo, se da la emoción.
Así, pues, la
malevolencia es una carga emocional negativa. Ahora bien, un carga emocional
negativa solamente puede ser disuelta dentro de una carga, emocional positiva,
y con esto paso a señalar la segunda manera de perdonar.
Concretamente entiendo
por carga emocional positiva la intimidad con Jesús.
Por la experiencia de la
vida sabemos cuánto cuesta perdonar; sabemos también que para ello, más que
para cualquier otra actitud fraterna, necesitamos de Jesús. Por gusto no se
perdona. Tampoco por ideas ni por convicciones, ni siquiera por los ideales.
Por una persona sí.
¿Cómo hacerlo?
Concéntrate. Evoca por la fe la presencia del Señor. Y cuando hayas llegado a
un «encuentro» de intimidad con El, dile: Jesús, entra hasta las raíces más
profundas de mi ser, asume mi corazón con sus hostilidades y sustitúyelo por el
tuyo, perdona tú dentro de mí, quiero sentir por tal hermano lo que Tú sientes
por él, quiero perdonarlo como Tú perdonaste a Pedro... Ahora mismo, Jesús.
Vas a experimentar cómo
Jesús calma aquella agitación hostil y deja en el interior tanta paz, que
puedes levantarte tranquilamente para ir a charlar con toda naturalidad, con el
«enemigo». Estos prodigios los hace hoy Jesús.
Sucede frecuentemente el
hecho siguiente: conseguiste perdonar, incluso emocionalmente; fue pura
gratuidad del Padre: el rencor se apagó por completo como una hoguera reducida
ya a cenizas. De pronto, de entre las cenizas grises surge de nuevo la roja
llama. No se sabe por qué, esta mañana volvió todo: es tan desagradable sentir
otra vez el rencor; es como una fiebre que quema y molesta. Con tu perdón,
vivías tan libre y feliz...
No te impacientes. Somos
así. No tenemos dominio directo sobre ese loco mar de las emociones. Toda
herida profunda necesita muchas curas para cicatrizarse por completo. Vuelve a
repetir actos de perdón. Regresa a tu intimidad en busca del jesús vivo.
Permite ser alcanzado y sanado, en tus heridas y emociones, por aquel jesús que
es misericordia y paz.
Comprender
Esta es la tercera
manera de perdonar: comprendiendo.
Muchas veces pienso que
si supiéramos comprender, no necesitaríamos perdonar. Bastaría comprender, y la
sed de venganza quedaría calmada.
Comprender significa
abarcar o rodear por completo una cosa. Comprender a una persona significa
medirla, rodearla por completo, analizarla en sí misma lo más objetivamente
posible.
Sucede que muchas veces
vemos al otro a través del prisma de nuestros prejuicios emocionales:
antipatías, rivalidades antiguas, historias desagradables... De esta manera,
nuestra visión del hermano queda enturbiada y coloreada. Esta visión
distorsionada provoca en nosotros un estado emocional adverso al hermano. En el
fondo de la incomprensión está presente, pues, la falta de realismo y sabiduría.
Qué fácil sería
perdonar, no sólo intencional sino emocionalmente también, si tuviéramos
presentes las siguientes reflexiones. Fuera de casos excepcionales, nadie tiene
voluntad de hacer mal a otro, nadie actúa con malévola intención. En una
palabra: en principio nadie es malo.
Si yo encuentro que él
me perjudicó o me ofendió, ¿quién sabe qué le contaron? ¿Quién sabe si j todo
lo hizo bajo el peso de sus fracasos o a partir de la tristeza de sentirse poca
cosa, o de su estructura congénita? ¡Digno de comprensión y no de aversión!
Cuántas veces sucede que
lo que parece orgullo es timidez; lo que parece obstinación es necesidad de
afirmación; lo que parece una actitud agresiva es . una reacción defensiva o
búsqueda de una falsa seguridad. Todo su comportamiento parecía tan insincero
y amanerado, y se trataba simplemente de un modo de ser. Cuánto le gustaría a
él ser de otra manera. Si supiéramos comprender...
Si este tipo es
«difícil» para mí, más difícil es para él mismo. Si con ese su modo de ser
sufro yo, más sufre él mismo. Si hay una persona en el mundo que desea no ser
así, esa persona no soy yo, es él mismo. Y si él, deseando vivamente no ser
así, no puede obrar de otra manera, ¿será
tan culpable como yo estoy calculando? ¿Será tan digno de censura pública como
yo pienso y deseo?
El que está equivocado
no es él, soy yo. No me‑ , rece repulsa sino comprensión, ¿y quién sabe si compasión?
Hay una cosa preciosa que nosotros recabamos todos los días de nuestro Padre:
la misericordia. En el último de los casos, ¿no será el ofrecer la
misericordia el mejor modo de perdonar emocionalmente? Si supiéramos
comprender, cuánta paz y sabiduría habría en nuestra alma.
Hay personas que
nacieron rencorosas. Generalmente, el tiempo todo lo borra. Muchos sujetos,
después de una explosión temperamental, se calman y luego se comportan como si
nada hubiera sucedido. En cambio, los rencorosos no pueden olvidar: después de
muchos años lo recuerdan tan vivamente como en el momento en que aquello
sucedió. Desean acabar con aquella memoria dolorosa porque son ellos los que
sufren, pero no pueden. Es algo que no depende de su voluntad.
Es una gran desgracia
ser así. Pero este modo de ser es congénito y pertenece al fondo vital de la
persona o, como dicen, al fondo endotímico.
La persona rencorosa
debe comenzar por entender su naturaleza psíquica. Sin elegir ni desear, nació
con una estructura obsesiva que tanto lo hace sufrir. ¿De qué se trata? De una
fijación emocional. El recuerdo de una persona o de una historia doliente se le
fija tan obsesivamente en la mente que no puede desligarlo después de largos
años. Es decir, lo específico del rencoroso es que siempre que recuerda a
aquella persona, lo hace con una descarga emocional agresiva. Para él, perdonar
significa recordar a aquella persona sin descarga emocional y con indiferencia.
Más que de un problema moral, se trata de una constitución psíquica, y yo
entiendo que aquí apenas existe culpabilidad moral.
¿Qué hacer? Los
ejercicios de control mental realizados con paciencia y perseverancia pueden
ayudarlo eficientemente para aliviar este modo de ser. Si el rencoroso llegara
a adquirir la capacidad de suspender a voluntad cualquier actividad mental,
llegaría a ser capaz de desligarse de cualquier recuerdo ingrato también a
voluntad. Además, el estado excitado aumenta el grado de agresividad interior.
Cualquier ejercicio que lo ayude a apaciguarse lo ayuda a suavizar su
naturaleza rencorosa. Remito al lector al final del capítulo III.
Matrimonios
en Diálogo
La
comprensión y el perdón
1. OBJETIVO
Queremos descubrir que
la comprensión y el perdón
son los mejores remedios
contra las desavenencias y el
desamor
II. PUNTO DE PARTIDA
“Jesús dijo esta
parábola por algunos que, teniéndose por justos, se sentían seguros de sí
mismos y despreciaban a los demás:
Dos hombres subieron al
templo a orar. Uno era fariseo; el otro, un publicano. El fariseo, erguido,
oraba así en su interior: ¡Oh Dios!, te doy gracias porque no soy como los
demás: ladrones, injustos, adúlteros; ni como ese publicano. Ayuno dos veces por
semana y pago el diezmo de todo lo que tengo.
El publicano, en cambio,
se quedó atrás y no se atrevía a levantar los ojos al cielo. Sólo se golpeaba
el pecho diciendo: ¡Oh Dios!, ten compasión de este pobre pecador.
Os digo que éste bajó a
su casa justificado, y aquel no. Porque todo el que se enaltece será humillado
y el que se humilla será enaltecido" (Le 18, 9‑14).
III. PRESENTACIÓN DEL
TEMA
Esta conocida parábola
del fariseo y el publicano, nos ha recordado dos posturas distintas de
relacionarse con Dios. Posturas que también solemos adoptar al relacionarnos
con los demás. El fariseo presenta méritos y exigencias desde su orgullo y
aparente "perfección". En cambio, el publicano con más realismo,
presenta su flaqueza. debilidad y pecado. El mensaje de la parábola lo expresa
con claridad el Evangelio: el fariseo no fue justificado ni escuchado por Dios;
sin embargo, el publicano humilde y pecador, salió reconciliado y esperanzado.
La palabra
"fariseo", en nuestro lenguaje, es una palabra ofensiva y con fuerte
carga de negatividad. Y con razón nadie quiere ser llamado fariseo. Pero no
quiere decir que los fariseos no existan. Al contrario, si la parábola fue
dirigida a quienes "teniéndose por justos, se sentían seguros de sí mismos
y despreciaban a los demás", la experiencia nos dice que hay muchas
personas con talante farisaico.
El fariseo de ayer y de
hoy, juzga, condena, clasifica y se autojustifica. Cree estar siempre en la
verdad y la culpa la tienen siempre los demás. Al no sentirse cómplice de nada,
por creer que tiene las manos limpias, exige siempre cambiar a los demás. Por
eso, el fariseo está radicalmente impedido para entender y practicar la
misericordia y el perdón.
El fariseísmo es uno de
los peores vicios de nuestra sociedad y de nuestra vida cristiana y familiar.
Por eso, en la vida matrimonial y familiar, es muy necesario potenciar la
ternura, la tolerancia, la delicadeza para no herirnos y suavizar las
tensiones. Una de las obsesiones de la madre Teresa de Calcuta es repetir en
todo tiempo y lugar la práctica del amor y de la ternura: "Sed generosos y
comprensivos. Que nadie jamás venga a vosotros sin que pueda irse mejor y más
feliz. Ser la viva expresión de la bondad de Dios: bondad en vuestro rostro,
bondad en vuestros ojos, bondad en vuestra sonrisa, bondad en vuestro caluroso
saludo".
IV. PREGUNTAS PARA EL
DIALOGO
1. ¿Qué lugar debe
ocupar el perdón en la vida matrimonial?
2. ¿Por qué hay que
aceptar al otro como es y valorar con benevolencia y comprensión?
3. Muchas veces hemos oído
decir esta frase: “Perdono pero no olvido”. ¿Qué juicio os merece el sentido de
esta frase?
4. Como cristianos que
somos, ¿de dónde debemos .sacar la fuerza para comprender y perdonar a los
demás?
5. Hay un refrán que
dice: "Un santo triste es un triste santo". ¿Qué podemos hacer para
echarle a la vida matrimonial optimismo y sentido del humor?
V. ILUMINACIÓN DEL TEMA
1. Un lugar importante
para el perdón
La reconciliación y el
perdón es una necesidad urgente en la vida matrimonial y familiar. Y la cura
del perdón nos es necesaria a todos. Si Dios nos perdona, debemos hacer
nosotros lo mismo. Solamente quien haya experimentado en su vida el perdón de
Dios o del hermano, sentirá la necesidad de perdonar. Porque:
• Quien sabe perdonar:
ilumina su vida y la de los demás.
• Quien sabe perdonar:
disminuye los sufrimientos propios y ajenos.
• Quien sabe perdonar:
podrá restañar con eficacia las heridas ajen as.
• Quien sabe perdonar:
ha preparado su corazón para dar cabida a Dios y al prójimo.
• Quien sabe perdonar:
tiene elegancia espiritual, es más humano y servicial.
• Quien sabe perdonar:
está siempre cerca de Dios que es perdón.
2. En toda persona hay
grandeza y miseria
Cuando la pareja lleva
ya cierto tiempo de vida matrimonial, es lógico que se conozca cada vez mejor y
sepa todos sus recovecos, sus fallos, sus debilidades y sus pequeños o grandes
egoísmos. Pero "ver a una persona con la que se vive al microscopio es
como firmar el certificado de defunción de esa relación afectiva. ¿Por qué? La
respuesta es evidente: en el hombre anida todo lo grande, noble y bueno que
pueda pensarse, pero también se hallan en su interior aspectos negativos,
miserias, defectos... Cuando se ha convivido largamente con alguien, si uno
tiene nobleza auténtica, disculpa, comprende, excusa, justifica y perdona. Eso
en verdad es el amor". (Enrique Rojas).
3. Perdonar y también
intentar olvidar.
Hay parejas que son
agresivas en la memoria y viven lamiendo sus viejas heridas que no pueden
cicatrizar porque han "santificado" el odioso dicho: "Perdono
pero no olvido". No sólo hay que perdonar sino también olvidar. Porque no
puede haber perdón verdadero si no se acompaña del deseo y del esfuerzo por
olvidar. Estar continuamente sacando la "lista" de los agravios no
conduce a nada y dificulta el diálogo y la convivencia en la vida de pareja. El
darle vueltas al "perdono pero no olvido" es una especie de bombardeo
psicológico que hiere y molesta al recordar lo negativo que una persona ha
tenido en un momento determinado. Transitar por el camino de los agravios
pasados es neurotizante: vuelve a las personas acomplejadas y enfermas de
tantos sinsabores no superados.
Es más humano y
cristiano el "borrón y cuenta nueva". Esta postura nos abre a la
esperanza y nos capacita para digerir el pasado; y nos acerca más a Dios que
siempre perdona y olvida nuestros errores y pecados.
4. Dios, fuente de perdón
La fe en Dios nos exige
el perdón. Rezamos en el Padrenuestro: "Perdona nuestras ofensas, como
nosotros perdonamos a los que nos ofenden". Dios es nuestra suprema
referencia a la hora de perdonar a los demás, porque él nos ha perdonado
primero.
Tony de Mello, en su
libro: "Canto de la rana", nos cuenta esta sencilla pero
aleccionadora narración. "En su peregrinación a la Meca, un santo sufí
comprobó con satisfacción que apenas había peregrinos en el lugar sagrado
cuando él llegó y así podía practicar sus devociones sin agobios. Una vez
cumplidas las prácticas prescritas, se arrodilló, tocó el suelo con su frente y
dijo: "¡Alá, no tengo más que un deseo en mi vida: concédeme la gracia de
no ofenderte nunca más!".
Cuando el Todopoderoso
lo oyó, rió estruendosamente y dijo: "Eso es lo que todos piden. Pero
dime: si concediera a todos esa gracia, ¿a quién iba yo a perdonar'?"
5. Echarle a la vida
optimismo y alegría
Redescubrir las
infinitas zonas luminosas y agradables que tiene la vida, será siempre el mejor
camino para una vida sana, alegre y feliz. Cultivar el sentido del humor es ver
el lado positivo de las cosas. Para ello, es menester cultivar la risa, el
chiste y la gracia para poder tomar las cosas con filosofía y desdramatizar las
contrariedades de la vida. Y es también la mejor estrategia para combatir el
aburrimiento y el desaliento. "Una pareja con sentido del humor logrará un
buen nivel de higiene mental: sabrá reírse de sí misma y tendrá recursos para
superar situaciones que de otro modo terminarían en graves enfrentamientos...
Cuando se tiene sentido del humor se domina la vida y se pueden superar las
adversidades. Por el contrario, cuando no se tiene sentido del humor, uno se
vuelve suspicaz, hipersensible, pendiente de los comentarios de la otra
persona, siempre al acecho" (Enrique Rojas).
VI. CONCLUSIÓN
1. Para la reflexión y
el compromiso
• San Pablo advierte a
los esposos: "Perdonaos mutuamente cuando alguno tenga quejas contra el
otro. Así como Dios os perdona. así también vosotros debéis perdonaros"
(Ef 4,32).
• "No te dejes
vencer por la tristeza ni abatir por la propia culpa; la alegría del corazón es
vida del hombre, el gozo alegra sus años; consuélate, recobra el ánimo, aleja
de ti la pena porque a muchos ha matado la tristeza, y no se gana más con la
pena. Celos y cólera acortan los años, las preocupaciones aviejan antes de
tiempo. Corazón alegre es gran festín que resulta provechoso al que lo
come" (Ecclo 30, 22‑27)
• Dice Tolstoi: "No
denomino héroes a aquellos que han triunfado por sus ideas o por la fuerza.
Sólo considero héroes a aquellos que fueron grandes por su corazón". Y
podemos añadir que no hay corazón más grande que el que sabe comprender y
perdonar.
2. Para la expresión
religiosa
"Señor, hazme un
instrumento de tu paz.
Donde haya odio, ponga
yo amor.
Donde haya ofensa, ponga
yo perdón.
Donde haya discordia,
ponga yo unidad.
Donde haya
desesperación, ponga yo esperanza.
Donde haya tristeza,
ponga yo alegría.
Donde haya duda, ponga
yo fe.
Donde haya tinieblas,
ponga yo luz.
Haz que no busque tanto:
el ser consolado como el
consolar,
el ser comprendido como
el comprender,
el ser perdonado como el
perdonar,
el ser amado como el
amar.
Porque dando es como se
recibe,
olvidándose de sí como
se encuentra,
perdonando como se
obtiene el perdón,
y muriendo como se
resucita para la vida eterna".
(San Francisco de Asís).
Padrenuestro...
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