POR QUE NO LO VEMOS

Por qué no percibimos, ni remotamente, lo que místicos, como Juan de la Cruz, ven con claridad y cantan con entusiasmo Por nuestra dependencia de los sentidos, y más aún, por nuestro enamoramiento de la mente. Tal es el caso sobre todo de personas cerebrales muy bien informadas.

En la actualidad, la situación es alarmante en extremo. Primero, porque la educación moderna se centra casi exclusivamente en el cerebro y en la tecnología. Y segundo, porque la mayoría de los humanos viven en grandes selvas de cemento, ladrillo, cristal y plástico, sin apenas contacto con la naturaleza virgen. Tienen que moverse en un mundo de ruidos disonantes e incesantes. En tal ambiente es muy difícil escuchar “los ríos sonorosos, el silbo de los aires amorosos; la noche sosegada, la música callada; la soledad sonora, la cena que recrea y enamora” (Cant. 13s).

Que Dios tenga piedad de las nuevas generaciones con las últimas conquistas de la tecnología. Con los ojos cautivados por imágenes de producción humana, y los oídos taponados con auriculares, se mueven en un mundo de pura fantasía. Difícil lo tienen para sospechar que existe un mundo más allá del de sus sentidos y de sus sueños; el único mundo real y durable. Solo en el mundo real es posible encontrase con la felicidad real.

El mismo Maestro que dice a sus discípulos, “Vosotros sois la luz del mundo”, nos asegura “Si os mantenéis fieles a mi doctrina, seréis de veras discípulos míos, conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres” (Jn 8,31s). Esencial para ser luz del mundo es vivir en la verdad de Cristo. “El que me siga tendrá la luz de la vida” (Jn 8,12). Esencial para ser luz del mundo es salir del mundo ficticio de nuestra mente, y descubrir el mundo real diseñado, amado y creado por Dios.

Eso requiere frecuentes visitas al altar de la verdad. Estas servirán para iluminar todos los rincones de nuestra mente, y para despejar de esos rincones los escombros acumulados a lo largo de milenios por la mente colectiva; escombros que inconscientemente nuestra mente asumió al no saber distinguir entre el mundo real y el mundo ficticio. A la luz de la verdad iremos abandonando los pensamientos e imágenes que nuestra mente atribuye al mundo; y comenzaremos a percibirlo cada día más como Dios lo contempla en su eterno ahora.

Nueva visión del mundo

Al contemplar el mundo con los ojos de Dios y amarlo con el amor de Dios, nuestra tarea será mucho más eficaz. El mundo es el lugar de aprendizaje y crecimiento espiritual, de purificación y santificación; así como de evangelización. En cuanto somos luz, van desapareciendo todos los conflictos en nuestro interior. El reino de Dios se va afianzando con la paz de Cristo y el gozo del Espíritu Santo. En cuanto somos luz, podemos iluminar a otros y encaminarlos hacia la salvación, contribuyendo así a la extensión del reino de Dios entre nosotros.

Una función de la luz es llevar el perdón y la bendición de Dios a todos los rincones del mundo. Mediante el amor y el perdón se va cambiando y regenerando el mundo. La luz limpia las mentes de toda duda, sospecha y prejuicio; el perdón limpia el corazón de todo rechazo y resentimiento. De ese modo llega la sanación de Cristo al mundo, y éste se va liberando de su pesada carga de culpabilidad, miedo y dolor; el reino de Dios se afianza entre nosotros.

Cuando se vive en la luz, se ve claro que perdonar es lo mismo que ser perdonado. Al no mantener a nadie prisionero de la culpabilidad, nos liberamos nosotros; y los ya liberados vamos liberando a otros. Al aceptar a otros como son ante Dios, nos liberamos de todo autorechazo. Al percibir y honrar en ellos la imagen santa de Dios, percibimos y honramos esa misma imagen en nosotros. Todos compartimos la gran dignidad que nuestro Padre-Madre Dios nos comunica con su ininterrumpido mirar lleno de amor.

Al mirar al mundo con los ojos de Dios nos convertimos en luz del mundo. Al ser luz del mundo, salimos del engaño del ego, empeñado en que nos veamos separados del mundo, o incluso sobre el mundo para poder usar y abusar de él a placer. Ahora vemos que somos uno con el mundo. Y todo el mundo se beneficia a través de esta santa visión. Sin predicarle ni decirle nada estamos enseñando al mundo que es uno con nosotros; y como nosotros, es inseparable del Creador. De ese modo contribuimos al plan divino de salvación universal. Y esta santa visón nos llena de entusiasmo para cantar y alabar a Dios como representantes de toda la creación. Como Jesús, nos hemos convertido en intercesión y alabanza de Dios.

Al mismo tiempo, cuando estamos en sintonía con el mundo real, este nos evangeliza a nosotros. Todas las criaturas están conectadas con el Creador. Por eso, todo lo natural nos habla de Dios. Si somos capaces de contemplar, de percibirlo, sin pensar, sin razonar, sin poner etiquetas, ni sacar conclusiones, escucharemos la voz de Dios que nos habla de paz, de serenidad, de gozo, de amor... Cuando en atento silencio contemplamos la naturaleza surge en nosotros la misma quietud que reina en ella; nuestro ser descansa en el Ser. Todas las criaturas en la naturaleza son auténticas, son ellas mismas; por eso son tan bellas y atractivas. No pretenden ser otra cosa, como nos sucede a los humanos cuando nos identificamos con la mente, y tenemos que proteger esa imagen que creemos es nuestro yo. La contemplación de la naturaleza es una gran ayuda para liberarnos de nuestro falso yo, y de la tendencia de la mente a reducirlo todo a un bien de consumo.

Escucha los sonidos de la naturaleza, el viento, las hojas, el agua... Contempla las montañas, las plantas, las flores... Más allá de los sonidos y más allá de las formas percibes algo que la mente no capta: el misterio sagrado, la presencia viva de Dios. Ese misterio sagrado, esa presencia de Dios que abarca todo te envuelve, te eleva y transforma.

La naturaleza te ayuda a ser tu mismo y a ser feliz. Y cuando tu mente ruidosa queda en profundo silencio entras en comunión con la naturaleza, y tú le ayudas a ella. Eres parte y muy importante, de la naturaleza, una pieza hecha con amor infinito a imagen de Dios. Los montes, las plantas y flores... no son conscientes de su belleza y sacralidad. Tú les prestas esa consciencia, y de parte de toda la naturaleza alabas, adoras y amas a su Autor, fuente de toda vida, de toda belleza.

La naturaleza está esperando tu ayuda. “La creación entera está aguardando en anhelante espera la manifestación de los hijos de Dios, para ser admitida a la libertad gloriosa de los hijos de Dios” (Rm 8,19-21).

No podemos cambiar el mundo, podemos cambiar la forma de mirar al mundo. Ello nos llevará a sembrar optimismo y esperanza; y nos moverá a alabar y bendecir a Dios desde el mundo...

En conclusión

Mientras dura nuestra peregrinación en la tierra vivimos en dos mundos: en el mundo de la mente, mundo de lo transitorio, de las sombras; y en el mundo de las realidades perdurables, el mundo de Dios. En el mundo de la mente todo son divisiones y enfrentamientos. Cuando interviene el diálogo, la tolerancia y la comprensión, se hace posible la convivencia pacífica y la cooperación. Es lo que Dios espera de sus hijos. Pero nunca olvidemos que más allá del alcance de los sentidos y de la mente, somos ciudadanos del mundo de las realidades. Y en este mundo todos somos uno.

ORACIÓN Gracias, Padre Dios, por la función que me has encomendado en esta vida. Unido a Jesús, tu Hijo amado, puedo decir: ¡Yo soy la luz del mundo! Sea mi único propósito en la tierra disipar la oscuridad creada por el odio, el resentimiento, la culpabilidad… y atraer a todos hacia Jesús el sol que nace de lo alto. Que esa luz nos conduzca al mundo de las realidades eternas, y nos ilumine para hacernos ver lo que tú, Padre ves con agrado, que todos somos uno.

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