La
base sobre la que se construye la relación de pareja es la del enamoramiento. Esta
dinámica afectiva particular es la que diferencia la relación de pareja de
cualquier otro tipo de relación humana: relación de amistad, pateno‑filial,
profesional, etc.
Sin esta base primera, la relación de pareja no tendría posibilidad de mantenerse en una dinámica de amor. El matrimonio quedaría reducido a otras funciones sociales, como podrían ser las de tipo económico (en otros tiempos fue en gran parte así, pues el matrimonio no era resultado del enamoramiento de los sujetos implicados, sino de la decisión de las familias, conforme a determinados intereses de clase).
Sin esta base primera, la relación de pareja no tendría posibilidad de mantenerse en una dinámica de amor. El matrimonio quedaría reducido a otras funciones sociales, como podrían ser las de tipo económico (en otros tiempos fue en gran parte así, pues el matrimonio no era resultado del enamoramiento de los sujetos implicados, sino de la decisión de las familias, conforme a determinados intereses de clase).
El
enamoramiento. En esa situación afectiva tan intensa y particular que es
el enamoramiento interviene toda una serie de tendencias latentes, de imágenes
idealizadas profundas que dormitan desde antiguo en cada sujeto. Son modelos
inconscientes que se han ido construyendo desde la infancia y la
adolescencia: ellos determinan el modelo de hombre o mujer que se desea. Cuando
aparece alguien que parece coincidir con ese modelo (muchas veces no se
sabe conscientemente por qué), se produce el «flechazo». Toda la
dinámica afectiva tiende entonces a la presencia, a la cercanía y proximidad
total, que encuentra su expresión más intensa en el encuentro de los cuerpos.
En
la situación de enamoramiento se vive una afectividad tan intensa que
inevitablemente produce una situación ilusoria. El amor es ciego,
dice la sabiduría popular. Efectivamente, en la situación de enamoramiento se
tiende a idealizar a la persona amada, de manera que no se ve en ella casi
ningún tipo de limitación ni fallo. Esa idealización está producida
por ese mundo de modelos inconscientes del que hablábamos arriba y que responde
a las necesidades y deseos particulares de cada uno. El enamorado ve a la
persona amada a través de ese cristal interno.
El
enamoramiento, como hemos dicho, constituye la base de la vida de pareja.
Pero, siendo indispensable, no es, sin embargo, suficiente. Es un
punto de partida que tendrá que experimentar una maduración y transformación.
En
primer lugar, cada uno debe ir integrando la realidad del otro, que
nunca se acomoda totalmente a las fantasías, deseos y modelos inconscientes que
movieron el primer enamoramiento. Ese margen de frustración puede crear una
agresividad (antes totalmente negada) que ponga en peligro la relación amorosa.
La persona amada gratifica y frustra, pues no existe nadie que pueda ser plena
gratificación. Asumir esa realidad será un paso importante en la maduración de
la pareja.
La
pareja no está nunca totalmente hecha. Hay que construirla
permanentemente en un compromiso mutuo en el que será indispensable un respeto
fundamental a la realidad del otro, con sus diferencias y peculiaridades;
una comunicación permanente para ir afrontando las dificultades
inevitables que surgen; y, por último, una actitud de ternura para
superar los conflictos que la vida en común trae siempre consigo.
A
partir de la reflexión personal y de pareja os invitamos a recordar vuestro
enamoramiento y cómo ha ido evolucionando y madurando.
0 Comentarios