Dorothy Dohen, profesora
de la Fordham University de Nueva York, en un estudio sobre la frustración,
escribe a este respecto unas consideraciones tan sencillas como acertadas:
«Sabemos lo que queremos. Esta es nuestra actitud: "Sé lo que quiero de la
vida y tengo que conseguirlo". A veces es solo una cosa, a veces son
muchas cosas. Conseguida una, seguimos queriendo más. No hay un límite. Cada
nuevo deseo trae consigo nuevas necesidades que satisfacer. Si hacemos de la
adquisición de bienes materiales el fin de nuestra vida, continuaremos deseando
cosa tras cosa, indefinidamente, tanto como puedan conseguir las riquezas de la
tierra o la invención del hombre.
»Pero es muy frecuente que hasta las personas que solo se ocupan
de adquirir cosas sepan que el objeto de sus deseos no merece el trabajo que
da.
»No hace mucho, me decía una señora a propósito de los vestidos y
otras cosas que deseaba: "Somos más felices que los ricos porque aún hay
cosas que podemos desear. Y ellos ya no pueden desear nada, porque ya las
poseen". En esta frase se admite ocultamente que las cosas en cuestión no
valen la pena pues, si pudiesen proporcionar verdadera alegría, las personas
serían tanto más felices cuanto más poseyeran. Como eso no es lo que sucede, y
el que lucha por los objetos termina por darse cuenta de eso, implícitamente se
admite que está demorando el momento de la frustración, mientras que los ricos
ya la sienten (...).
»El hombre que hace de la riqueza su fin supremo puede, por tanto,
sentirse frustrado, ya porque se vea contrariado en sus esfuerzos por adquirir
esa riqueza, ya porque, efectivamente, la consiga. De una manera o de otra,
habrá topado con la infelicidad.
»Tenemos también al matrimonio perfectamente previsor que decidió
tener una casa ideal, en una comunidad perfecta. El marido trabaja como un loco
para prosperaren su empresa, hace planes cuidadosos para ascender en la vida,
mientras que la mujer se vale de todas las personas que la puedan ayudar. Y
entonces, cuando han conseguido todo lo que deseaban y se sienten realmente
bien instalados en la vida, se miran el uno a otro, se recrean observando su
bonita casa vacía... Lo tienen todo... y no tienen nada.
»Otro caso es el del profesor y su mujer. Ambos querían que él
hiciese carrera en el mundo académico. El profesor estudió febrilmente, se
esforzó lo más que pudo en dar buenas clases, investigó, publicó, hizo acopio
de todos los títulos posibles, estimulado por su mujer. Dejaron el tener hijos
para cuando estuvieran bien establecidos. Ahora son maduros, la mujer está
neurótica y goza únicamente del dudoso consuelo del prestigio entre las mujeres
de los profesores. Tienen solo un niño vanidoso -que ni parece un niño- que
será educado por padres mayores y frustrados.
»El hombre que ha trabajado durante años sin hacer caso a la
fatiga, teniendo en mente solo el día en que por fin habría de descansar y
hacer todo lo que apetezca, suele llegar a ese día con la sensación de que no
hay nada que verdaderamente tenga ganas de hacer o que le entretenga. Ese tiempo
de ocio tan ambicionado se vuelve un pesado fardo.
»Resulta trágico observar que nos llenamos de hastío cuando por
fin conseguimos aquello que tanto deseábamos. Y esto sucede lo mismo con las
cosas como con las personas amadas. Es una terrible frustración, por ejemplo,
el tedio causado por aquel o aquella por quien suspirábamos antes de casarnos.
E incluso cuando el amor entre dos personas se mantiene inalterable, un hombre
o una mujer pueden sentirse frustrados si tienen por único fin en la vida otro
ser humano. No hay nada tan triste como un hombre a quien la muerte le arrebató
la mujer, cuando vivir para ella había sido el único fin de su existencia.
»Existe una diferencia grande entre el hombre que tiene a Dios
como aspiración y aquel que solo aspira al dinero, los honores o cualquier otro
objeto creado: si los dos consiguen su fin -uno de ellos, estimulado por el
amor sobrenatural, busca la unión con Dios, y el otro busca el deseo que tiene
en su corazón-, ambos tienen "todo" lo que querían. Pero el hombre de
dinero y honores se da cuenta de que su "todo" era nada. Y he aquí la
frustración: descubrir que ha topado con la nada. Por el contrario, aquel que
busca la unión con Dios llega a no desear nada más, porque lo tiene "todo".
Para el mundo, tiene las manos vacías, sin nada que lo satisfaga visiblemente,
pero ha llegado a tratar con el Infinito, y su corazón se ensancha de amor».
El tiempo y la frustración son verdaderamente dos amigos fieles
que nos despiertan del sueño de una falsa felicidad y nos enseñan, como
maestros veraces, el auténtico sentido de la vida.
¿Quién no puede contar experiencias semejantes, aunque sea de modo
diferente respecto a otros acontecimientos más comunes: la tristeza escondida
en los últimos minutos de una fiesta esperada durante semanas; la mirada
melancólica que dirige la adolescente a su primer vestido de noche, cuando lo
ve arrugado y sucio a la mañana siguiente, antes de ir al colegio; el último
día de unas vacaciones o de un viaje; el tránsito del altar a la cocina, del
amor romántico a las obligaciones de la casa, que es tan deprimente para
algunas jóvenes esposas; los aplausos del triunfo que finalmente se apagan y
caen en el olvido; el tedio que viene después del delirio sensual; el golpe de
aire fresco que recuerda, al salir del cine el domingo por la noche, que mañana
es otra vez lunes, que vuelve la insoportable rutina...?
La persona que ha depositado su confianza en valores
exclusivamente humanos parece que va aprendiendo esta lección decepcionante
desde pequeño.
Pero muchas veces no la aprende bien. Se engañan pensando: «No,
más tarde será distinto. Cuando crezca, cuando sea mayor, cuando gane mucho
dinero, cuando me case, cuando tenga hijos, cuando tenga éxito en mi
profesión... entonces seré feliz». ¿No se da cuenta de que lo único que hace es
atrasar con su imaginación -engañándose con las ilusiones del futuro- el
momento de la frustración postrera, la que no tiene remedio, la que resuena al
final de la vida, en lo hondo del alma,
como oye en la semi-inconsciencia el boxeador derrotado la cuenta
hasta diez que sentencia su derrota definitiva?
Cuántas horas de estudio, vencimientos y luchas emprende un
estudiante para entrar en la universidad, llevado de este pensamiento: «¡Qué
feliz seré cuando supere este obstáculo! Mis padres comprenderán que tanto
esfuerzo ha valido la pena y mis amigos reconocerán mi talento». Pocos meses
después de traspasar los umbrales de la facultad, ante la monotonía de las
clases, el costoso aprendizaje o tal vez las limitaciones de la enseñanza hacen
que ese mismo muchacho se sienta decepcionado: «no era esto lo que esperaba»...
Después será: «cuando sea ingeniero... entonces tendré independencia económica
y podré escoger libremente el género de vida que me agrade... y demostraré lo
que valgo...».
Llega la vida profesional con sus afanes y demoras, sus
impaciencias y satisfacciones, sus triunfos y fracasos, luces y sombras; en
fin, con todas sus insuficiencias... «Tampoco esto es lo que pretendía...
Cuando me case y tenga una familia, cuando vengan los hijos...». Y si mirásemos
desde fuera, por la ventana, a ese bien formado hogar, en el que solo existe el
amor humano y el confort material y le preguntáramos: ¿es usted feliz ahora?,
seguramente encontraríamos el silencio por respuesta... como si nos quisiese
decir: «una persona adulta nunca hace esas preguntas». Y es que la pregunta
resulta incómoda. Porque, si fuese feliz de verdad, no pensaría en seguida:
«¿cuánto durará esta felicidad?»
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