SALMO 37 - SALMO DESDE UN CORAZÓN HERIDO

Señor, ten paciencia conmigo, soporta mis flaquezas; espera a que mi corazón cambie y se vuelva a Ti. Los problemas los llevo clavados en mí como saetas, y la vida ha caído sobre mí doblegando mi cabeza; mi corazón está manchado y no me siento limpio; el pecado está agarrado a mi vida y no encuentro mi libertad.

He pecado, Señor, y mis culpas son como un peso duro que no me deja respirar y me quita la alegría; me siento herido, me siento llagado, cubierto de cicatrices, a causa de la locura de mi pobre corazón descontrolado. Arrugado, encorvado, abatido totalmente, Señor, ando triste y pesaroso todo el día sin encontrar salida. Están mis espaldas arqueadas por el peso del absurdo; me miro, y no encuentro trozo de piel sano en mi cuerpo. Me siento indefenso, sin coraje, como molido a palos, y mi corazón sangra y hierve hasta estallar de rabia. A pesar de todo, Señor, mis ojos buscan respuesta en Ti, y de mis problemas y sufrimientos hago grito ante tu rostro.

El corazón me traquetea, las fuerzas me abandonan, y he perdido la luz y la alegría de mis ojos. Mis amigos, los de mi casa, los de siempre, Señor, los siento alejados, distanciados, perdidos en mi noche. He llegado a ser, Señor, tremendamente susceptible a todos. Hago problema de lo que no encierra dificultad, y no sé vivir en este momento si no me duele algo. Soy como un sordo, Señor, y no escucho a nadie; soy como un mudo, Señor, y no comparto mi situación límite.

Las palabras de los que me quieren bien, se quedan distantes y me da igual el blanco, que el negro: ¿Esto es vida? Con todo, aquí estoy, como siempre, y espero en Ti; te has convertido en la respuesta a la sin-respuesta de mi vida.

Tú eres mi Dios, mi fuerza, mi refugio. Perdona mi pecado, libérame de los lazos que me atan; que yo me sienta comprendido por Ti, Dios bueno, y deje de sentirme «el mártir» entre todos los míos. Mi corazón está herido; mi corazón está roto. Mi corazón se siente golpeado por la no-vida; Dios mío, acércate al hielo de mis huesos descoyuntados, y no te quedes lejos, como un espectador que pasa de todo.

Señor, date prisa en auxiliarme; échame una mano pronto, Tú que eres el Dios de mi salvación; el Dios de mi esperanza. Que tu Espíritu de amor, cure mis heridas y sane mis llagas; que tu Espíritu de Vida, aliente mi corazón cansado y frío.

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