SEÑOR JESUCRISTO, HIJO DE DIOS, TENED
PIEDAD DE MÍ, PECADOR
Señor:
viene de Kyrios y es como decir: Dios. Pues para decir Jesús es Señor es
precisa la ayuda del Espíritu Santo, Dios.
Jesús:
Es nombre y misterio de Salvación.
Cristo:
Quiere decir Mesías o sea, sacerdote, profeta y rey.
En
el Antiguo Testamento el nombre de Dios pasa de ser pronunciable a indecible o
inefable, por lo que se sustituye por Adonai al objeto de no hacer imágenes ni
siquiera del nombre de Dios. En el Nuevo Testamento el nombre de Dios es
pronunciable porque en la nueva economía Dios se une a nuestra carne. Le
pondrás por nombre Jesús porque el salvará a su pueblo de sus pecados.
La
plegaria hesicasta u oración de Jesús contiene toda la verdad de los Evangelios
e incorpora los dos grandes misterios que caracterizan la revelación y la fe
cristiana.
1)
La Encarnación- Jesús (humanidad) Hijo de Dios y Señor (divinidad)
2)
La Trinidad- Hijo de Dios (el Padre), Jesús-Señor (Espíritu Santo que nos da la
fuerza para confesarlo).
Es
una plegaria de adoración y penitencia que unida a la inspiración expresa
acogida y a la expiración, abandono. La Oración de Jesús aparece íntimamente
vinculada a las actitudes de metanoia (cambio interior, nueva escala de
valores); a la compunción y humildad; a la confianza segura y audaz; a la
atención de los sentidos y el corazón a las palabras y a la Presencia; y en
último término a hesiquía (búsqueda de la quietud y de la auténtica unificación
interior a través de la invocación del nombre de Jesús).
La
oración de Jesús puede practicarse en dos momentos diferentes:
1)
Libre- Permite llenar el vacío entre lo tiempos de oración y las actividades
ordinarias de la vida y unirnos a Dios en momentos de trabajo.
2)
Formal- Concentrados y con exclusión de toda otra actividad. A ello ayuda estar
sentados, con poca luz, los ojos cerrados, ayudándonos si es preciso de un
rosario-oriental u occidental, son un medio- para concentrarnos mejor.
Se
recomienda no cambiar demasiado la fórmula elegida desde un comienzo, aunque
ciertos momentos de variación parecen oportunos para evitar el hastío. A los
que empiezan se les recomienda la alternancia entre la invocación pronunciada
por los labios y la oración interior: «Cuando se reza con la boca, hay que
decir la oración con calma, dulcemente, sin agitación alguna, para que la voz
no enturbie o distraiga la atención del espíritu, hasta que éste se habitúe y
progrese en el trabajo de la oración y pueda rezar por sí solo, con la gracia
del Espíritu Santo».
Todas
estas indicaciones no tienen más objeto que el de lograr la concentración del
cuerpo, del alma y del espíritu en Jesús. De hecho, las palabras que componen
la oración de Jesús varían según las épocas y los autores. La fórmula más breve
repite únicamente el nombre de «Jesús», y la más larga dice: «Señor Jesucristo,
Hijo de Dios, ten piedad de mí, pobre pecador». Algunos Padres aconsejan a los
principiantes permanecer fieles a una sola fórmula, la que ellos prefieran;
pero, una vez elegida, recomiendan variarla lo menos posible.
Así,
al estar integradas y unificadas todas las potencias y partes del ser humano en
el corazón, «el corazón absorbe al Señor, y el Señor absorbe al corazón y los
dos se hacen uno»` Y, a continuación, el mismo texto añade: «Pero esto no es
obra de un día o de dos. Se requiere mucho tiempo. Hay que luchar mucho y
durante mucho tiempo para lograr rechazar al enemigo y que Cristo habite en
nosotros.
Este
estallido de amor en el pobre corazón del hombre lo eleva por encima de todas las
criaturas. Pero no se trata de una elevación que implique una exclusión, sino
todo lo contrario: tal elevación de amor es una inefable inclusión de todo lo
creado; es una capacidad y potencia de amor por todos los hombres y todas las
cosas. Isaac el Sirio es quien mejor ha hablado en Oriente de este amor
universal, con una ternura y sencillez que recuerdan a nuestro Francisco de
Asís en Occidente:
«
¿Qué es un corazón compasivo? Es un corazón que arde por toda la creación, por
todos los hombres, por los pájaros, por las bestias, por los demonios, por toda
criatura. Cuando piensa en ellos y cuando los ve, sus ojos se le llenan de
lágrimas. Tan intensa y violenta es su compasión, tan grande es su constancia,
que su corazón se encoge y no puede soportar oír o presenciar el más mínimo
daño o tristeza en el seno de la creación. Por eso es por lo que, con lágrimas,
intercede sin cesar por los animales irracionales, por los enemigos de la
verdad y por todos los que le molestan, para que sean preservados del mal y
perdonados. Es la inmensa compasión que se eleva en su corazón - una compasión
sin límites, a imagen de Dios"
Pero,
sobre todo, no hay que forzar nada. La plegaria debe ir estableciendo su propio
ritmo y acento. Que es el ritmo que Dios quiere para nosotros.