Nuestras
cargas de las preocupaciones Junto a aguas de reposo me pastoreará SALMO 23.2
Su
hijo de diez años está preocupado. Está tan ansioso que no puede comer. Tan preocupado
que no puede dormir. « ¿Qué anda mal?», usted le pregunta. Él mueve la cabeza y
se queja: «No tengo un plan de pensiones».
Su
hija de cuatro años llora en la cama. « ¿Qué pasa, hijita querida?» Ella
responde: «Nunca voy a aprobar química en la universidad».
El
rostro de su hijo de ocho años expresa su estrés: «Seré una basura de padre.
¿Qué si le doy mal ejemplo a mis hijos?»
¿Cómo
respondería a tales declaraciones? Además de llamar al sicólogo infantil, su respuesta
sería enfática: «Eres demasiado pequeño para preocuparte de tales problemas.
Cuando
llegue la oportunidad, sabrás qué hacer».
Afortunadamente
la mayoría de los niños no piensan en esas cosas.
Desafortunadamente
los adultos ya tenemos nuestra parte. La preocupación es toda una bolsa de
cargas. Está llena de ¿y si…? y de ¿cómo…? « ¿Y si llueve en mi boda?»
«
¿Cómo puedo saber cuándo disciplinar a mis hijos?» « ¿Y si me caso con un tipo
que ronca?» « ¿Cómo pagaremos los estudios de nuestro bebé?» « ¿Y si después de
toda mi dieta se descubre que la lechuga engorda y no el chocolate?» Una bolsa
de preocupaciones.
Voluminosa.
Incómoda. Fea. Áspera. Difícil de llevar e imposible de dejar. Nadie quiere sus
preocupaciones.
La
verdad sea dicha, usted tampoco la quiere llevar.
Nadie
tiene que recordarte el elevado costo de la ansiedad (pero yo lo haré de todos modos).La
preocupación divide la mente. La palabra bíblica preocupación (merimnao) en griego
está formada por dos palabras, merizo (dividir) y nous (mente).
La
ansiedad divide nuestra energía entre las prioridades de hoy y los problemas de
mañana. Parte de nuestra mente está en el ya; el resto está en el todavía no.
El resultado es una vida con la mente dividida.
Ese
no es el único resultado. La preocupación no es una enfermedad, pero causa enfermedades.
Se la ha relacionado con la hipertensión, los problemas cardíacos, la ceguera,
la migraña, los problemas de la tiroides y una gran cantidad de desórdenes estomacales.
La
ansiedad es un hábito caro. Valdría la pena si diera buen resultado. Pero no. Nuestros
esfuerzos son inútiles. Jesús dijo: « ¿Y quién de vosotros podrá, por mucho que
se afane, añadir a su estatura un codo?» (Mateo 6.27). Los afanes nunca han
dado brillo a un día, ni han resuelto un problema, ni curado una enfermedad.
¿Cómo
puede una persona hacer frente a la ansiedad? Podría intentar lo que hizo un individuo.
Se preocupaba tanto que decidió contratar a alguien que se preocupara por él.
Encontró
un hombre que aceptó asumir sus preocupaciones por un salario de 200 mil dólares
al año. Después que el hombre aceptó el trabajo, la primera pregunta a su
patrón fue: « ¿Dónde va a conseguir los 200 mil dólares anuales?» El hombre
respondió: «Ese es problema suyo».
Lamentablemente,
la preocupación es un trabajo que uno no puede delegar, pero lo puede vencer.
No hay mejor lugar para comenzar que en el versículo dos del salmo del pastor.
«Junto
a aguas de reposo me pastoreará», dice David. Y, por si acaso lo hemos captado bien,
repite la frase en el versículo siguiente: «Me guiará por sendas de justicia».
«Me
guiará». Dios no está detrás gritando « ¡Anda!» Va delante y me invita: «Ven».
Va delante, limpia el sendero, corta las ramas, señala el camino. Al llegar a
una curva, dice:
«Dobla
hacia allá». Al subir, señala: «Sube aquí». Cerca de las rocas advierte: « ¡Cuidado!»
Él
nos guía. Nos dice lo que necesitamos saber cuándo necesitamos saberlo. Como lo
diría un escritor del Nuevo Testamento: «Hallaremos gracia cuando la
necesitemos».
Escuchemos
otra versión: «Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para
alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro » (Hebreos 4.16).
La
ayuda de Dios es oportuna. Él ayuda de la misma forma que un padre da los
pasajes para el avión a sus niños. Cuando viajo con mis hijas, llevo todos los
billetes en mi maletín.
Cuando
llega el momento de abordar el avión, me paro entre quien me atiende y mi hija.
A medida que cada una pasa, yo pongo un boleto en su mano, y ella a su vez lo
pasa al dependiente. Cada una recibe su billete en el momento oportuno.
Lo
que hago por mis hijas Dios lo hace por usted. Se pone entre usted y su
necesidad.
En
el momento oportuno, le da su boleto. ¿No fue esta la promesa que dio a sus
discípulos?
«Pero
cuando os trajeren para entregaros, no os preocupéis por lo que habéis de
decir, ni lo penséis, sino lo que os fuere dado en aquella hora, eso hablad;
porque no sois vosotros los que habláis, sino el Espíritu Santo» (Marcos 13.11).
¿No
es ese el mensaje de Dios a los hijos de Israel? Prometió proporcionarles el
maná cada día. Pero les dijo que recogieran sólo lo necesario para un día. Los
que desobedecieron
Y
recogieron para dos días encontraron que al segundo día el maná se les había descompuesto.
La única excepción a la regla era el día previo al reposo. El viernes podían recoger
el doble. Dicho de otro modo, Dios les daría lo necesario en su tiempo de necesidad.
Dios
nos guía. Dios hará lo que corresponde a su debido tiempo. ¡Qué diferencia hace
eso! Puesto que sé que su provisión es oportuna, puedo disfrutar del presente. «Así
que, no os afanéis por el día de mañana, porque el día de mañana traerá su
afán. Basta a cada día su propio mal» (Mateo 6.34).
La
última frase es digna de destacarse: «Basta a cada día su propio mal». «No sé
qué haré si mi esposo muere». Lo sabrás en el momento oportuno.
«Cuando
mis hijos dejen la casa, no creo que pueda soportarlo». No será fácil, pero la fortaleza
llegará en el momento oportuno
«Yo
no podría dirigir una iglesia. Hay muchas cosas que no sé». Quizás usted tenga razón.
O quizás quiere saberlo todo demasiado pronto. ¿Podría ser que Dios le revele
todo en el momento oportuno?
La
clave es la siguiente: Enfrente los problemas de hoy con la energía de hoy. No
se fije en los problemas de mañana hasta mañana. Aun no tiene las fuerzas de
mañana. Ya tiene suficiente para el día de hoy.
Hace
más de ochenta años un gran canadiense de la medicina, Sir William Osler, dio
un discurso ante los estudiantes de la Universidad de Yale con el título «Un
modo de vida». En su mensaje narra un relato relacionado con un hecho ocurrido
mientras iba a bordo de un trasatlántico.
Un
día en una visita al capitán del barco, sonó una alarma estridente, seguida por
extraños ruidos como de algo que rechinaba y chocaba ruidosamente debajo del puente.
«Son nuestros compartimentos herméticos que se cierran», explicó el capitán.
«Es una parte importante de nuestros ejercicios de seguridad. En caso de un
verdadero problema, el agua que se filtra en un compartimiento no afecta al
resto del barco. Aun al chocar con un témpano de hielo, como el Titanic, el
agua sólo penetraría en el compartimiento roto. Sin embargo, el barco seguiría
a flote».
Cuando
habló a los estudiantes de Yale, Osler recordó la descripción que el capitán
hizo del barco:
Cada
uno de ustedes es una organización más maravillosa que ese gran trasatlántico,
y han emprendido un viaje mucho más largo. Les exhorto a que aprendan a tener
bajo sujeción su vida y a vivir cada día en un compartimiento hermético para
ese día. Esto garantizará su seguridad en todo el viaje de la vida. Toquen un
botón y escuchen, en todo ámbito de su vida, las puertas de hierro que dejan
fuera el pasado, los días de ayer que ya han muerto.
Toquen
otro botón y cierren, con una pared metálica, el futuro, los mañanas que aún no
nacen. Así estarán a salvo; a salvo por ese día.
No
piensen en la cantidad que hay que lograr, ni en las dificultades que hay que
vencer, sino empéñense seriamente en la tarea menuda que tienen a la mano, y
dejen que sea suficiente para el día; porque nuestro claro deber no es ver lo
que apenas se ve en la distancia, sino hacer lo que tenemos al alcance de la
mano.
Jesús
señaló lo mismo en menos palabras: «No os afanéis por el día de mañana, porque el
día de mañana traerá su afán. Basta a cada día su propio mal» (Mateo 6.34).
Es
fácil decirlo. No siempre es fácil de hacer. Somos tan dados a preocuparnos.
Anoche estaba preocupado en mi sueño. Soñé que se me diagnosticaba la misma
enfermedad degenerativa de los músculos que le quitó la vida a mi padre.
Desperté
del sueño y, en medio de la noche, comencé a preocuparme. Entonces vinieron a
mi mente las palabras de Jesús: «No os afanéis por el día de mañana». Y
definitivamente, decidí no hacerlo. Arrojé ese pesado saco. Después de todo,
¿por qué permitir que los problemas imaginarios del mañana nos roben el reposo
nocturno? ¿Puedo evitar la enfermedad si permanezco despierto? ¿Retardaré la
aflicción pensando al respecto? No, por supuesto. Así que hice la cosa más
espiritual que pude haber hecho. Me volví a dormir.
¿Por
qué no hace lo mismo? Dios le guía. Deje los problemas de mañana para mañana. Arthur
Hays Sulzberg fue el editor del New York Times durante la segunda guerra mundial.
Debido al conflicto mundial le era casi imposible dormir. No podía apartar las preocupaciones
de su mente hasta que adoptó como su lema las palabras: «Un paso me basta»,
tomadas del himno «Guíame, luz bondadosa» (Lead, Kindly Light).
Divina
luz, guarda mi pie;
No
pido que me dejes ver
El
escenario distante;
Un
paso me basta.
Dios
no le va a dejar ver el escenario distante. Así que puede dejar de buscarlo. El
Señor
nos promete una lámpara a nuestros pies, no una bola de cristal para mirar el
futuro.
No
tenemos que saber lo que ocurrirá mañana. Basta saber que Él nos guía y que vamos
a
«Alcanzar
misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro» (Hebreos 4.16).