No
estamos aquí para dejarnos hundir por el peso de la tristeza. La vida con sus
sombras y luces es para disfrutarla, sirviendo a Dios y a los hermanos. “Esta
esperanza no nos defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros
corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado” (Rm 5,5). Y el amor de
Dios derramado en nuestros corazones es el que da sentido y valor a todo en la
vida. Es el amor incondicional del Padre, más fuerte y fiel que el de la mejor
de las madres. “Puede acaso una mujer olvidarse del niño que cría, sin tener
compasión del hijo de sus entrañas? Pues aunque ella lo olvidara, yo no me
olvidaré de ti” (Is 49,15). “Vacilarán los montes, las colinas se moverán; pero
mi amor hacia ti no desaparecerá, dice el Señor que de ti se compadece” (Is
54,10).
Dios nos ama no solo porque él es
bueno, sino por la bondad que él ve en nosotros, pero que no es de nosotros. Es
su propia bondad divina, derramada sobre nosotros, junto con su amor y belleza
divina, por el Espíritu Santo que habita en nosotros. Es maravilloso saberse
arropados en el amor eterno del Padre, que nos mira y ama como al mismo Jesús.
Al acoger su amor con gratitud beneficiamos a toda la humanidad; no hay mejor
intercesión. Y regocijamos el corazón maternal del Padre, feliz de compartir
con todos nosotros su dicha y su gloria.
San Juan de la Cruz: “Todo lo que
puede entender el entendimiento es muy diferente y distante de Dios. Para
llegar a Dios antes ha de ir uno no entendiendo que queriendo entender,
cegándose, que abriendo los ojos, para llegar más al divino rayo. La
contemplación, por la cual el entendimiento tiene más alta noticia de Dios,
llaman Teología Mística, que quiere decir sabiduría de Dios secreta; porque es
secreta al mismo entendimiento que la recibe” (2S 8,6). Dios está muy dentro de
nosotros, precisamente porque está más allá de la mente, en lo profundo de
nuestro ser. De la mente se le puede desterrar, de nuestro íntimo ser no, “ya
que en él vivimos, nos movemos y existimos” (Hc 17,28).
Acaso nada ha empobrecido tanto a la
humanidad actual como la pérdida del sentido de misterio. Nuestros pensamientos
no significan nada. Solo son sombras del misterio que está más allá. En
realidad los pensamientos dificultan la visión del misterio. Cuando se deja a
Dios fuera, todo cae en el vacío. El ser humano inmortal y eterno se convierte
en un papel transitorio; la vida pierde su frescura eterna y gozo profundo.
El sentido de misterio inicia un
proceso de liberación de lo que no es y nunca fue más que un mero fantasma
mental, el ego y el mundo fabricado por el ego colectivo. Al tomar conciencia
de lo que realmente somos: milagro de gracia divina, el ego va perdiendo su
fuerza y comienza a disolverse. No desaparece; se oculta. Habiendo mantenido
una relación amistosa con él por muchos años, el ego conoce todos los rincones
oscuros de nuestro inconsciente. Y reaparece con cualquier descuido. Pero
fácilmente lo podemos ver y desenmascarar. Al descubrir sus tretas nos ponemos
en guardia, y con la ayuda de Dios las podemos superar. “Todo lo puedo en aquel
que me conforta” (Fl 4,13), hasta puedo superar o trascender mi ego.
Si queremos que el mundo cambie y
tome un nuevo rumbo más solidario, el camino a seguir está claro: comencemos
por cambiar nosotros. Si uno de nosotros cambia, el mundo ya está mejor; si
todos nosotros cambiamos, mucho mejor. Y si queremos que nuestra vida cambie
profundamente, el camino a seguir está claro. No se trata de adquirir nueva
información para alimentar la mente. Todo cambio verdadero y duradero se
realiza en lo profundo de nuestro santuario interior. Y todo cambio comienza
acogiendo sin medida el amor de Dios (Rm 5,5).
Cuando el Espíritu toma las riendas,
no hay fuerza alguna que pueda frenar el cambio. Derramando su amor, el
Espíritu establece armonía, implanta belleza, paz y alegría en nuestro
interior. Todo ello se refleja en la forma de vida, en lo que pensamos, decimos
y hacemos. Demos infinitas gracias a Dios porque podemos iniciar ese cambio
ahora mismo. Cada uno tiene las llaves de su santuario. Y el Espíritu está
impaciente por realizar su obra de amor.
Al mismo tiempo oremos para que Dios
en su misericordia abra los ojos de la consciencia a gran parte de la familia
humana, para que podamos vivir como una familia, con un Padre-Madre que nos
cuida.
Praxis: Cada vez que el ego asoma,
llámalo a juicio: “Desde la presencia de Cristo en mí y en su nombre yo te
declaro no inexistente”. Si lo haces conscientemente, con fe y perseverancia,
verás los frutos. Ninguna sombra puede sobrevivir ante la luz de aquel que
dijo: “Yo soy la luz del mundo. El que me sigue no andará en tinieblas, sino
que tendrá la luz de la vida” (Jn 8,12). Conforme se expande tu consciencia,
gozarás más plenamente del misterio.