Exaltando a Jesús en el corazón. Cuando Jesús ocupa el trono del corazón, pone
orden en toda la casa: reina la paz, armonía, alegría y la perfecta libertad de
los hijos de Dios. “Si el Hijo os da la libertad, seréis realmente libres” (Jn
8,36). Con la libertad de corazón, que Jesús da, uno puede gozar perfectamente,
y sin estar apegado, de aquello a que antes estaba atado. Uno se encuentra
libre para disfrutar de esas cosas y personas con mayor intensidad y sin la
amenaza de perderlas. Sobre todo se goza de la amistad humana, ya que en la
libertad florece el amor verdadero y desinteresado. El corazón libre se
ensancha hasta ser capaz de poseer a Dios, y hasta que haya espacio en él para
todo ser viviente.
¿Cómo
entronizar a Jesús? En la vida práctica esa pregunta es inseparable de esta
otra: ¿Cómo dejarse conducir por el Espíritu Santo, sin fijarle de antemano los
cauces por donde debe conducirnos y sin oponer resistencia a su acción? La
entronización de Jesús es tarea gozosa del Espíritu Santo. “Nadie puede decir,
Jesús es Señor, si no es movido por el Espíritu” (1Co 12,3). “Cuando venga el
Espíritu de la verdad, os guiará a la verdad completa. El me dará gloria
(entronizándome) porque recibirá de lo mío y os lo comunicará a vosotros” ( Jn
16,13s).
Cargo
importante en la corte real solía ser el de Aposentador, título que S Juan de
la Cruz da al Espíritu Santo: “En este aspirar el Espíritu Santo por el alma,
que es visitación suya en amor a ella, se comunica en alta manera el Esposo
Hijo de Dios. Por eso envía su Espíritu primero, como a los apóstoles, que es
su Aposentador, para que le prepare la posada del alma Esposa, descubriendo sus
dones, arreándola de la tapicería de sus gracias y riquezas” (Cántico Esp.17,8).
Esa visitación del Espíritu suele llenar al alma de amor, paz, alegría y gozo.
Señales para discernir su presencia.
El
señorío de Jesús es central en el Reino de Dios. Quien no lo ha aceptado, se
mueve en la periferia del Reino. Y quien se mueve en la periferia encuentra el
cristianismo carente de poder espiritual y de gozo, y opuesto a lo que el mundo
llama libertad. En el Reino de Dios a mayor sumisión, mayor seguridad, mayor
poder, mayor libertad.
La
coronación de Jesús como Rey y Señor, bajo la acción del Espíritu, marca un
antes y un después en nuestra vida. El que estas líneas escribe vivió 35 años
en la India como residente; ni siquiera por 35 segundos fue Presidente.
Imagínate que hubiese sido Presidente indefinidamente, con poderes y recursos
económicos ilimitados, la India sería hoy el país más desarrollado y próspero
del planeta.
Cristo
Jesús está vivo y presente en todos los que él ha redimido. Pero ¿está como
Presidente, o como residente? Es lo que marca la diferencia. Mientras sea mero
residente, deja las cosas más o menos como están. Una vez entronizado, lo
transforma todo. “Aquel que está sentado en el trono dice: hora hago nuevas
todas las cosas” (Ap 21,1-5).
Con
el desapego perfecto, florece la libertad perfecta, acompañada de una confianza
total en Dios y de un completo abandono en sus manos. Entonces sólo quedan tres
deseos: Hacer la voluntad del Padre; vivir en plenitud la verdad; amar al
prójimo y a todos los seres como Jesús los ama. Y los tres son uno. Es el gran
milagro del Espíritu divino, que ensancha y transforma el corazón de la
criatura de tal modo que ésta llega a amar a Dios y a otros con el mismo amor
de Dios.
Comenta
san Juan de la Cruz: “Y así, unida con la misma fuerza de amor con que es amada
de Dios, ama el alma a Dios con la voluntad y fuerza del mismo Dios; la cual
fuerza es el Espíritu Santo, en el cual está el alma transformada” (C 38,3s).
Quien
no es esclavo de nada es señor de todo. Quien no está apegado a nada posee
todos los bienes del reino. Puede amar y disfrutar de todos los bienes,
especialmente de la verdadera amistad. Puede cantar con San Juan de la Cruz:
“Míos son los cielos y mía es la tierra; mías son la gentes, los justos son
míos y míos los pecadores; los ángeles son míos, y la Madre de Dios y todas las
cosas son mías; y el mismo Dios es mío y para mí, porque Cristo es mío y todo
para mí. Pues ¿qué buscas, alma mía? Tuyo es todo esto y todo para ti. No te
pongas en menos, ni repares en meajas que se caen de la mesa de tu Padre. Sal
fuera y gloríate en tu gloria; escóndete en ella y goza, y alcanzarás las
peticiones de tu corazón” (Dichos de luz y amor, 31)
OREMOS:
“Espíritu Santo, toma el control de todo programa grabado en mi mente. Disuelve
pensamientos que me hacen sentir incompleto y producen en mí apegos a cosas
pasajeras. Disuelve pensamientos negativos, que me separan de otros. Con tu
suave unción consagra mis neuronas de modo que sólo lo recto, lo verdadero, lo
perfecto tome forma en mi mente. Con tu sabiduría y amor prográmame según la
mente de Cristo y el corazón del Padre”.