LA CINTA DE MEDIR

El profeta Zacarías describe una visión muy interesante por su simbolismo. “Vi a un hombre que tenía en su mano una cinta de medir. Yo le dije: ¿Dónde vas? Me contestó: A medir Jerusalén para ver su anchura y longitud. Entonces un ángel le dijo: Tira esa vara de medir. Jerusalén será una ciudad abierta...” (Za 2,5ss).

La cinta de medir es necesaria para las realidades de este mundo visible. A cada paso tenemos que medir y calcular tantas cosas. Pero es peligrosa cuando entramos en el mundo de la verdad eterna: en el mundo de Dios. Ahí es donde el hombre natural o cerebral tropieza a cada paso, porque usa su mente como medida de la verdad. Un teólogo mide 10 mts de verdad, la corta y se la apropia.

Otro teólogo mide otros 10 mts de verdad, la corta y se la apropia. Los dos están en posesión de la verdad. Discuten y los dos tienen razón; y los dos llegan a la misma conclusión. Por eso sus posiciones se distancian más, sus relaciones se hacen más tensas. La conclusión a la que llegan es: Yo estoy en posesión de la verdad; y quien no está de acuerdo conmigo anda equivocado.
Ese es precisamente el error más peligroso, que cometemos los humanos.

En realidad ninguno de los dos tiene conocimiento de la verdad. Ambos hablan desde su percepción particular de la verdad. La percepción puede ser acertada o errónea, pero no implica conocimiento, pues en cualquier momento puede cambiar. El conocimiento goza de certeza y es permanente.

Quien tiene conocimiento de la verdad, lo comparte gustoso; pero no lucha ni discute en su defensa. Sabe que la verdad no necesita defenderla. ¡Siempre es y será verdad!

Dios envió su Espíritu de verdad a nuestros corazones para consagrar su altar. Es preciso entrar en profundo silencio de la mente y con la mayor reverencia y postrarse ante ese altar, donde se encuentra la libertad de los hijos. Quien es libre respeta la libertad de otros. Comparte gozoso la verdad, pero no trata de imponerla a nadie.

El ego es la encarnación de las ideas, conclusiones, deseos y pasiones del hombre psíquico o natural. Y de todo ello se alimenta. Además de ser un fantasma, a veces el ego es un azote, que Dios utiliza para despertarnos y purificarnos. Cuando vemos que todos los conflictos en la vida están causados por el ego, buscamos ayuda para trascenderlo y vivir en paz. Cuando reconocemos que la mayoría de nuestras quejas y descontentos nacen del ego, tratamos en serio de salir de su dominio, y nos encontramos con el gozo y alegría que Dios ha implantado en lo profundo de nuestro ser.

Jesús prometió: “Cuando venga el Espíritu de la verdad os guiará a la verdad completa.

Os anunciará las cosas venideras” (Jn 16,13). Es el Espíritu quien habla por Dios. Si escuchamos su voz, él nos guía a la verdad completa. Nos capacita para percibir totalmente en vez de selectivamente como acostumbra nuestra pequeña mente. Para empezar despierta nuestra consciencia, nos hace ver que la verdad es mucho más grande que nuestra verdad; es infinitamente más grande que toda mente humana o angélica. De ese modo nos libera de la prisión de nuestras pequeñas verdades. El templo de la verdad es el corazón consagrado por el Espíritu; ahí tiene su cátedra el Maestro divino.

El Espíritu anuncia cosas venideras haciendo que las podamos ver como presentes aquí ahora. Así a veces en la vida escuchamos verdades eternas que nos parecen nuevas. Si miramos dentro con calma, veremos que ya las conocíamos; pero no estábamos conscientes de ellas.

Para mirar muy dentro y escuchar con calma la voz del Espíritu hay que silenciar el parloteo de la cabeza, donde se alimentan nuestros deseos egoístas y ambiciones, nuestros miedos y ansiedades. Sólo en ese silencio profundo tomamos conciencia del Misterio que nos habita. Ante el altar de la verdad el Espíritu nos está hablando constantemente, comunicándonos la verdad completa. La verdad no la pensamos nosotros. La recibimos en una actitud de humildad y gratitud. Es lo que hace exclamar a Jesús: “Yo te alabo, Padre, Señor de cielos y tierra, porque has ocultado estas cosas a los intelectuales, y se las has revelado a los sencillos” (Mt 11,25ss).

A nosotros nos dice Jesús: “Vigilad y orad para no caer en la tentación”. El ego es muy peligroso cuando se constituye en guardián de nuestro sistema de pensamiento, y utiliza la mente para discutir y defender nuestra verdad. Se requiere mucha luz para detectar las manifestaciones del ego en la vida diaria, y no ceder a la tentación de lanzarnos a defender nuestra verdad.

Se requiere mucha paciencia con uno mismo para no alarmarse cada vez que el ego salta a la palestra. Si uno no está apegado a su propia verdad, sino que ama la Verdad, el ego es prontamente reconocido y se le cortan las alas. Cada vez su vuelo será más corto. Cuando se reconoce que la verdad no puede encerrarse en ninguna fórmula o forma finita, se acabaron las discusiones.

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