¿Cómo trascender los apegos? El primer paso es mirar dentro con calma a la luz del Espíritu, y tomar conciencia de los numerosos apegos presentes: apegos a nuestras opiniones, apegos a ciertos planes, por los que hemos sudado acaso muchos años, apegos a viejos hábitos de conducta, apegos a personas para utilizarlas en beneficio propio, apegos a bienes sea de la tierra, sea del cielo. Tomar conciencia de ello sin sorprendernos, sin reprocharnos, sin culpabilizarnos. Por el mero hecho de exponer un apego a la luz de la consciencia, este comienza a disolverse. Ya vamos entrando en el camino que lleva a la gloriosa libertad de los hijos de Dios.
Al entrar en ese camino no olvidar que el ego es muy astuto y suele crear apegos casi imperceptibles a cosas inocentes e insignificantes, que pueden impedir el vuelo hacia Dios. “Poco importa que el pájaro esté atado con un hilito o con una soga; mientras no rompa la atadura no podrá volar” (San Juan de la Cruz).
Y aquí viene al caso la historia de Sor Platino. Se trata de una piadosa religiosa contemplativa, que por su voz clara y vibrante se ganó el sobrenombre de Platino. Su gran preocupación era la salvación eterna de su hermano mayor, ganadero que, por ordeñar sus vacas, se perdía muchos domingos la misa parroquial. Por él oraba y hacía numerosos sacrificios su piadosa hermana. Sor Platino tuvo un sueño en el que se veía en el cielo, y allí también se encontraba su hermano mayor, pero en un grado de gloria mucho más elevado. “¿Cómo es posible, Señor?, preguntó Sor Platino. “En la tierra yo renuncié a todo por amor a ti, mientra mi hermano se quedó con toda la hacienda paterna y la fue aumentando no poco”. “Es verdad”, repuso el Señor muy amable. “Pero tu hermano se sentía menos orgulloso de su amplia hacienda que tú de tu voz de platino. Tu hermano estaba menos apegado a sus numerosas vacas, que tú a ese gatito pardo que mimabas en el convento.”
El segundo paso es reconocer que el apego se basa en un engaño. El ego me hace sentir que sin esto no estoy completo; sin aquello no puedo ser feliz. Cuando conecto con mi yo auténtico sé que soy un ser completo y perfecto según el plan de Dios; veo que dentro de mí poseo todo lo que necesito para ser feliz: poseo a Dios, bien infinito, alegría infinita, en cuanto me entrego a él. Viendo el milagro de mi ser y mi vinculación con Dios, se inicia en mí una profunda transformación de conciencia. Mi vida se convierte en un himno de gratitud y alabanzas al Padre. Conforme crece la gratitud y la alabanza, crece mi felicidad.
Escribe san Juan de la Cruz sobre los que han superado ya sus apegos: “Muchos son los provechos que se siguen de apartar el corazón de poner el gozo en estos bienes: dispone para el amor de Dios y las otras virtudes, da lugar a la humildad y la caridad para el prójimo, queda el alma libre y clara para amar a todos como Dios quiere que sean amados. Cuando así se ama es muy según Dios, y con mucha libertad; y si es con asimiento, es con mayor asimiento de Dios, porque cuanto más crece este amor, más crece el de Dios; y cuanto más el de Dios, tanto más este del prójimo” (3S 23,1).
De nuevo el santo Doctor Místico: “De sensual el hombre se hace espiritual y
camina a porción angelical; de temporal y humano se hace divino y celestial;
pues perfeccionándose el espíritu, que es la porción superior del alma donde se
da la comunicación con Dios, se perfecciona en bienes y dones de Dios espirituales
y celestiales” (3S 26,3s).
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