Nada
más comenzar nuestra peregrinación por este mundo, el ego, usando nuestra mente,
nos metió un clamoroso gol. Nos hizo creer que estamos separados de Dios,
separados de nosotros mismos y separados de nuestra propia familia humana. La
separación no es real, pues sólo es real lo que Dios ha creado o decretado.
Pero nuestra mente la percibe como real. Y esa percepción falsa de separación
ha dado origen a un mundo de ilusiones, ambiciones desordenadas, de sospechas,
acusaciones, enfrentamientos y guerras hasta nuestros días.
Al
mismo tiempo, esa percepción falsa es un truco del ego para debilitar nuestra
relación con Dios, e incluso para impedir nuestra comunicación filial y
confiada con Dios. ¿Qué cómo consigue el ego este perverso objetivo? Creando
culpabilidad. El sentimiento de separación está en la raíz de toda
culpabilidad.
Si
miramos bien, la culpabilidad es el modo velado como el ego acusa a Dios de ser
cruel con sus hijos. Es un símbolo de su ataque contra Dios, para mantenernos
separados de él, ya que de ese modo el ego se fortalece y nos controla.
Utilizando
una conciencia moral mal formada, el ego hace a uno sentarse en el banquillo, y
en nombre de Dios pronuncia sentencia condenatoria: “Eres culpable, pues has
traicionado a Dios, él está ofendido. No mereces la misericordia divina”. Esa
sentencia condenatoria provoca una gran descarga de energía negativa, que se
manifiesta en dos frentes: destruyendo la propia salud espiritual y física, y
levantando un barrera entre el acusado y Dios, fuente de vida, de paz y
alegría.
El
ego normalmente realiza su perversa tarea moviéndose por el pasado para
recolectar errores o pecados; y proyectándose en el futuro, busca castigos.
Moviéndose siempre por el pasado y el futuro, proyectando lo más oscuro del
pasado en el futuro, el ego trata también de ocultar a Dios que solo actúa en
el presente. El ego es siempre un fantasma solitario, que huye del presente,
como huye de la luz.
Quien
se ve incapaz de sacudir su culpabilidad está totalmente identificado con su
ego. Culpabilizarse significa no reconocerse como hijo de Dios, y declarar
fracasada la obra redentora de Cristo Jesús. Equivale a clamar que Jesús
derrame de nuevo su sangre.
¿Existe
el infierno? ¿Existe el purgatorio?, se pregunta mucha gente. Si al hacer esas
preguntas miramos al más allá, no tiene sentido opinar, pues estamos ante el
misterio. Si miramos a esta vida, ciertamente muchos están en el purgatorio, y
algunos en el infierno. El purgatorio es la culpabilidad. Y cuando esta crece
sin límites y no se ve el fin, coloca a uno en el infierno. El ego creando la
separación de Dios, crea también la culpabilidad como un símbolo de ataque
contra Dios. Hacer caso a la voz del ego significa percibirse a sí mismo
separado de Dios y como culpable, con el consecuente miedo a ser castigado.
La
salvación que Cristo nos ha traído con tanto amor, permanece totalmente
incompleta mientras perdura la culpabilidad. En este campo el ego puede
gloriarse de un gran éxito en la espiritualidad cristiana de un pasado no
remoto; espiritualidad bastante remota del Evangelio de Cristo.
El
legalismo y dogmatismo tan común en el pasado ha convertido a muchos cristianos
en jueces de otros y de sí mismos. De ese modo a lo largo de los siglos ha ido
creciendo en la Iglesia una conciencia colectiva de culpa, que se refleja
repetidamente hasta en la celebración eucarística, donde se escucha: Yo pecador
y Mea culpa.
Hola,
espero que estés bien, al igual que disfrutes de esta publicación,
déjanos conocer tu opinión, que Dios me los bendiga siempre