Otra
tarea de la madre como ama de casa suele ser limpiar, ordenar y quitar trastos.
El Espíritu Santo gustosamente realiza esa tarea en nuestra mente, si se lo
pedimos y consentimos.
Reconociendo nuestra ignorancia,
pidamos al Espíritu que decida por nosotros a favor de la verdad.
Si
lo hacemos sinceramente, él separará lo verdadero de lo falso en nuestro
interior, de modo que podamos acoger con gozo lo que está de acuerdo con la
mente de Dios, y rechazar espontáneamente lo que no está.
Comencemos
por entregar al Espíritu todo lo que hemos aprendido sobre nosotros mismos. El
irá desvaneciendo tantas ilusiones que albergamos, y nos hará ver el milagro de
nuestro verdadero ser. Importante es una visión correcta del cuerpo.
En
expresión de san Pedro: el cuerpo es la tienda de campaña que Dios nos regaló
por medio de nuestros padres (2P 1,13). Hay que cuidarla mientras dure la
peregrinación; pero no confundamos la tienda con el que mora en ella. Lo que
realmente cuenta no es la tienda, sino el que en ella mora; un ser espiritual,
inmortal, creado a imagen de Dios.
Más
importante es ordenar el almacén de nuestras ideas. Los que estamos bien
familiarizados con ideas piadosas del pasado, y sobre todo los que hemos
estudiado y acaso enseñado por años la teología tradicional, tenemos muchas
cosas que desaprender.
El
Espíritu Santo con tacto maternal nos induce a dejar de lado ciertas ideas
aprendidas en las aulas de maestros humanos. No es fácil, pero es esencial,
para poder asimilar las nuevas lecciones del Maestro divino. Desaprender es una
forma de aprender.
Olvidar
es una forma de recordar. “El Espíritu Santo os lo enseñará todo y os recordará
todo lo que yo os he dicho” (Jn 14,26). “Si vivimos por el Espíritu, dejémonos
conducir por el Espíritu” (Ga 5,25). Cuando nos dejamos conducir por el
Espíritu, la vida entera es un milagro, un himno de alabanza a Dios.
Una
madre sabia deja al niño soñar, pero cuando crece le protege de sus sueños
engañosos. En esta vida todos tenemos algún papel que representar. Engañados
por la mente y la sociedad fácilmente nos identificamos con el papel, y vamos
por la vida proyectando una imagen, pretendiendo que somos alguien importante,
como los políticos.
Aun
cuando su papel sea insignificante, uno va por la vida mendigando atención y
cariño; y se ve forzado más de una vez a defender los fueros de ese alguien que
cree es real, y no lo es. Para colmo, uno tiene que comer del mismo plato,
dormir en la misma cama con ese yo falso.
El
Espíritu me dice: Por favor, no confundas a un ser humano inmortal con un papel
transitorio.
Y
con eso ilumina mi interior, veo que yo no soy el papel que represento en la
vida; no soy lo que tengo, hago, pienso... nada de eso soy. Entonces veo que no
tengo nada que temer, nada que defender, nada que perder y nada que
demostrar.
Por
tanto, no me importa cómo me miran otros; ni me importa mucho lo que pasa. Mi
felicidad no depende de lo que otros piensan, ni de lo que pasa o deja de
pasar... Así comienzo a ser pobre y libre. Vivo en paz y feliz, porque “el
reino de Dios es mío” (Mt 5,3). Cuando soy verdaderamente pobre y no poseo
nada, todo es mío.