NUESTROS APEGOS PRIMORDIALES


En nuestra cultura, dominada por la mente, el apego primordial del ego suele ser apego a nuestros esquemas mentales, a nuestras propias ideas, pensamientos y conocimientos. Para no caer en la trampa, como tantas veces sucede, hay que tener presente que al ego le encanta la batalla intelectual, para demostrar su superioridad. Con cada victoria intelectual se fortalece enormemente. San Pablo avisa a su discípulo Timoteo que tenga cuidado con “los que padecen la enfermedad de las disputas y contiendas de palabras” (1Tim 64s).

Lo que el ego no tolera es ser ignorado, pues eso le borraría del mapa. Jesús nos invita: “Venid a mí todos los que estáis cansados y oprimidos, aprended de mí, y encontraréis descanso para vuestras almas” (Mt 11,28). Es una invitación a vivir de cara al Divino Maestro, dando la espalda al ego con todos sus apegos, sus conocimientos y sus tretas. Es el mejor modo de trascenderlo.

También dice Jesús: “Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos” (Mt 5,3). Pobres de espíritu son los que han transcendido ya su ego con sus esquemas mentales, sus deseos y apegos. Pobres son lo que saben que no saben nada, porque de algún modo perciben el misterio que subyace en todo. Pobres son los que comparten sus opiniones personales, si con ello pueden ayudar a otros; pero no malgastan sus energía en defenderlas o imponerlas a otros. Sus energías quedan canalizadas hacia el reino de Dios, hacia la verdad eterna, que no necesita ser defendida porque es eterna.

Muy común en personas mayores es el apego al pasado. El hecho de que algo fuera lo mejor ayer, no significa que también lo sea hoy. Es peligroso instalarse y echar raíces en un sistema, situación o plan del pasado. “Jesús dijo: Yo soy la verdad. No dijo: Yo soy la costumbre” (San Libosio obispo de Cartago, s. iii).

También dijo Jesús: “No se echa vino nuevo en odres viejos, porque se pierden los odres y el vino. Hay que echar el vino nuevo en odres nuevos” (Mt 9,17). Los odres viejos son los viejos hábitos de pensar y actuar, los viejos convencionalismos sociales y religiosos, en los que el ego suele refugiarse. Para vivir la novedad gloriosa del Evangelio hay que trascender todo eso, y remar contra corriente, como lo hizo Jesús en su tiempo. Hay que leer los signos de los tiempos, salir del pasado y despertarse con nueva ilusión en el presente.

Quien busca su seguridad en Dios vive en el sempiterno presente donde vive y actúa Dios; sin estar apegado a sus viejas ideas y costumbres, es capaz de aceptar los cambios sin resistencia, sabiendo que son necesarios para el crecimiento espiritual. “Los que se dejan guiar por el Espíritu de Dios, esos son hijos de Dios” (Rm 8,14); libres de toda sensación de carencia o limitación, esos gozan de la verdadera libertad de espíritu; llevados por el Espíritu, esos saben fluir suavemente con lo que está ocurriendo en la vida, ya que ahí ven expresada la voluntad del Padre celestial.

Cuanto más se resistan los hijos de Dios a los cambios que vienen de su Espíritu, tanto más estos tardarán en producirse. ¡Tremenda responsabilidad! Cuanto más abiertos estén los hijos de Dios a los cambios que vienen de su Espíritu, tanto más pronto estos sucederán para provecho de toda la familia humana. Dichosos los que saben escuchar la voz del Espíritu, sin dejarse engañar ni por las resistencias, ni por los caprichos de su mente. Dichos lo que saben leer correctamente los signos de los tiempos.


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