A QUIEN PERDONAR

En primer lugar a uno mismo, pues si no me perdono a mí mismo, ni podré ser yo mismo, ni podré perdonar a otros. Tengo que perdonarme y pedir perdón a Dios por haberme dejado guiar por lo que los sentidos y la mente me dicen, más que por lo que la fe me asegura. En consecuencia, he equivocado mi identidad: en vez de reconocer y honrar la santa imagen de Dios en mi, he honrado y defendido una imagen ficticia fabricada por mi propia mente.

Por la misma razón, me veo separado de mis hermanos, lo que deja mi corazón abierto a enfados, resentimientos, discusiones y luchas fraternas. Me perdono por haber incurrido en este grave error, pido al Espíritu lo remedie y a Jesús sane a quienes yo haya herido.

Tengo que perdonarme por no haberme aceptado como Dios me hizo; y por no haber aceptado a otros como Dios los hizo. Tengo que perdonarme por haberme quejado de la vida; por haber culpado a otros y por haberme culpabilizado tantas veces a mí mismo. El auto-rechazo y la culpabilidad son dos plagas muy comunes y dañinas en nuestra sociedad. El perdón y la aceptación es esencial para protegerse de ellas.
San Pablo exhorta: “Dios os ama y os ha elegido como miembros de su familia. Por tanto, sed compasivos, humildes, pacientes y comprensivos. Perdonaos si alguno tiene queja contra otro...” (Col 3,12-14). Si te pica un mosquito, no tiene consecuencias. ¿Y si te pican cien? Acaso tengas que correr a Urgencias. Cada queja crea una pequeña tensión. Si se multiplican por cien las pequeñas tensiones en tu vida, ¿cómo te sientes? Las quejas abundan en la vida normal. Aprende a interpretar cada queja como una llamada del cielo a perdonar y bendecir.

“Cuántas veces tengo que perdonar a mi hermano las ofensas que me haga? ¿Hasta siete veces?”, preguntaba el generoso Pedro. “Hasta setenta veces siete”, respondía el Maestro (Mt 18,21s). Lo que significa: Perdona y no tomes nota, olvida la ofensa. De ese modo te será mucho más fácil el perdonar, pues perdonarás como lo hace Dios. Dios siempre perdona por primera vez, ya que no lleva cuentas del mal (1Co 13,5). De ese modo también podrás liberar a tu hermano de toda culpa como Dios te libera a ti por la sangre de Cristo.

Debemos perdonar a los gobernantes por sus errores, abusos de poder, mentiras y arrogancia; por identificar el bien común con el suyo propio o el de su partido. A los medios de comunicación por sus mentiras, calumnias, porno, y por sus silencios. A los que roban legalmente, acumulando sin escrúpulos y sin medida bienes que son de todos, dejando a gran parte de la humanidad en la miseria. Debemos perdonar a nuestra sociedad por la discriminación, desigualdad de oportunidades, racismo y terrorismo. Al perdonarles desbloqueamos el camino para que nuestra intercesión en favor de tales personas y causas lleguen al corazón de Dios. Solo su gracia puede remediar tantos males producto del egoísmo humano Damos gracias a Dios por la Iglesia, esposa de Cristo y cuerpo visible de Cristo, sacramento de salvación; por la Iglesia que es una, santa, universal y eterna. Damos gracias por la dignidad y belleza infinita de la Iglesia, amada del Padre, purificada en la sangre de Cristo, renovada por el Espíritu Santo. Ef 5,25-27.

Al mismo tiempo, mirando a la Iglesia institucional, Dios nos llama a perdonar sus pecados o errores, para que su Espíritu pueda renovarla, empezando por nosotros. En particular cuatro aspectos negativos reclaman reforma.

1. Antiguamente Yahvé dio una ley a su pueblo para ayudarle a caminar. Con el paso del tiempo los responsables del pueblo convirtieron la ley en una carga que le impedía caminar. Tanto que al fin “Dios envió a su Hijo para liberar a los que estaban bajo la ley, a fin de que recibiésemos la condición de hijos” (Ga 4,4s). La Iglesia de los hijos nace libre y feliz en Pentecostés. Pasan los siglos y volvemos a las andadas, multiplicando leyes y normas de conducta.

2. Cuando Cristo envía los suyos a evangelizar, encarece mucho no cargarse de alforjas (Lc 10,1ss). Con el correr de los siglos la Iglesia se ha ido cargando de valiosas alforjas, entre las que descuellan nuestras preciosas catedrales. Con ello la Iglesia va perdiendo poder espiritual y credibilidad.

3. Jesús resucitado envió como primeros testigos de su resurrección a unas mujeres.

Como antiguamente las mujeres no podían ser testigos, en la Iglesia han quedado marginadas hasta nuestros días; lo que ha causado un desequilibrio psicológico y espiritual no pequeño en la comunidad cristiana.

4. Finalmente, Cristo expuso su evangelio con suma sencillez y claridad, sobre todo ciertas verdades fundamentales. Con frecuencia el evangelio del Maestro ha quedado cubierto bajo toneladas de teología.

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