Pon
los ojos. En ti mismo y guárdate de juzgar las obras ajenas.
En
juzgar a otros se ocupa uno en vano, yerra muchas veces y peca fácilmente;
mas juzgando y examinándose a sí mismo se emplea siempre con fruto.
Muchas
veces juzgamos según nuestro gusta de las cosas, pues fácilmente perdemos
el verdadero juicio de ellas por el amor propio. Si fuese Dios siempre el
fin puramente de nuestro deseo, no nos turbaría tan presto la
contradicción de nuestra sensualidad.
Pero
muchas veces tenemos algo adentro escondido, o de fuera se ofrece; cuya afición
nos lleva tras sí.
Muchos
buscan secretamente su propia comodidad en las obras que' hacen; y no se
dan cuenta. También les parece estar en buena paz cuando se hacen las cosas a
su voluntad y gusto; más si de otra manera suceden, presto se alteran y
entristecen.
Por
la diversidad de los pareceres y opiniones, muchas veces se levantan
discordias entre los amigos y vecinos, entre los religiosos y devotos.
La
costumbre antigua con dificultad se quita, y ninguno deja de buena gana su
propio parecer. Si en tu razón e industria estribas más que en la virtud
de la sujeción de Jesucristo, pocas veces y tarde serás ilustrado, porque
quiere Dios que nos sujetemos a Él perfectamente, y que nos levantemos
sobre toda razón, inflamados de su amor.