“Señor, mis manos están sucias
de tierra, de luna y de sangre. Hoy he terminado mi obra. Aún el espacio
no ha sido domado: llora y ruge bajo las bóvedas. Entre los arcos, no hay
el puro silencio, el silencio que bruñe los cálices”( Luis Pimentel).
El albañil había terminado de
construir una iglesia sencilla en el pueblo.
Hablaba tranquilamente con el
Señor. Le contaba que sus manos estaban sucias de tierra. Mucha masa, mucha
arena, cemento habían maniobrado durante bastante tiempo.
Hoy deseo que te fijes en tus manos.
Las tuyas concretamente. Con ellas, abiertas par en par, entabla esta mañana o
tarde o noche un diálogo.
Mira cada dedo, la palma, las
curvas, las uñas... Una verdadera maravilla de perfección. Eleva ahora tu
mirada a los cielos, al Señor, como hizo el sencillo albañil.
Y habla seria y silenciosamente con
el Señor que vive en tus manos, que actúa por tus manos. Manos de doctores que
extirpan el mal que hay en el cuerpo; manos consagradas para celebrar la misa
en cálices bruñidos por el silencio de los orantes; manos de madres que limpian
al niño recién nacido con primor.
Manos que acarician suavemente tu
cara; manos duras por el trabajo diario en el campo; manos sangrantes porque
han cometido crímenes horrendos contra el hermano; manos rugosas de ancianos
que han dado por mejorar la vida.
Quédate unos momentos en silencio.
Da besos de amor a tus manos. Todos los días están contigo. Las ves naturales.
Desde ellas y mediante ellas haz hoy
una plegaria a Dios, su Creador.
¡Vive hoy feliz!
“¡Ah, construir, construir! Esta es
la más noble de todas las artes” (Langfellow, poeta).
El maestro gurú recibió a un grupo
de jóvenes que querían entrar en el monasterio para alcanzar la perfección.
El maestro, al acogerlos, les dijo:”
Jóvenes, enhorabuena por vuestra juventud y por haberos dado cuenta de que la
felicidad en esta vida es una preparación para la plenitud total.
¡Sabéis lo que tenéis que hacer aquí
en este escondido y austero lugar de recogimiento?
Lo intentaremos, maestro.
¿Qué
intentáis?
Construir en nosotros un edificio
tan alto en cuyas cúpulas se lea la palabra “el arte de ser feliz”.
Muy bien, amigos.
Pero para construir hay que excavar
en las tierras escabrosas, en los adentros de vuestro propio ser.
Muy bien, maestro, lo haremos.
Enhorabuena de nuevo. Y el maestro
les fue poniendo diversas pruebas para que construyeran el edificio de su
perfección. Algunos, al ver la dificultad de las pruebas, se echaran para
atrás. Otros siguieron adelante con entusiasmo, propio de la juventud sana.
Pasados algunos años, los que habían
logrado la construcción del edificio de sus personas, se hicieron monjes
budistas.
¿Qué
haces tú para construirte a ti mismo? Piénsalo seriamente.
“El
Dios en que no puedo creer” (Phil Bosman).
“Yo no creo en un Dios de
dictadores, de poderosos y ricos, en un Dios que mantenga el orden por la
violencia, que amedrante a los pequeños y que bendiga las armas.
Yo no creo en un Dios “tótem” De
gente primitiva e ignorante. Yo no creo En un Dios que haya nacido de las
necesidades, Que haga de narcótico Cuando la vida se hace insoportable, Que
haga de tabla de salvación
Cuando falla el suelo debajo de los
pies Y no hay en quién agarrarse, Que sirva de alivio Para taponar los agujeros
De nuestra impotencia”.
Tú, me imagino, crees en Dios que es
Amor que se da gratuitamente a cada momento y a todo el mundo.
El ha venido a tu vida para darte
razones para vivir con esperanza, paz y tranquilidad.
“Nuestra, sin el sentido y presencia
de Dios en ella, no tendría sentido”, me comentaba un matrimonio que vive
la soledad del paro.
Dios es fuerza, es gozo, es alegría,
es salvación. Nunca tristeza ni juez terrible, ni guardia urbano que apunte tus
faltas.
Es sencillamente Amor. Quien conoce
y vive el amor de Dios se siente dichoso.
¡Vive hoy feliz!
“La ciencia
no lo sabe todo” (Phil Bosmans)
Suponte
que no hubiera habido adelantos científicos,
¿Viviríamos
mejor?
Tu respuesta será con seguridad, no.
La
ciencia ha prestado grandes servicios a la humanidad y los seguirá ofreciendo.
Se
han ido superando las limitaciones que había en otras épocas. Hoy día te
encuentras al levantarte con tu despertador, teléfono móvil, tu música, tu
tele...y el desayuno preparado.
Esto
es una maravilla. Pero lo malo de la ciencia es que con el desarrollo puede
apartar a los hombres de Dios y disminuir las relaciones entre ellos mismos.
Lo
bueno de la ciencia verdadera es que cada día, dados los avances vertiginosos,
reconoce sus limitaciones.
A
medida que avanza la ciencia se presentan nuevas necesidades al hombre, a veces
insuperables a primera vista.
Un
científico afamado reflexionaba así: He descubierto tal invento que ha aportado
mucho bien a la humanidad en el aspecto físico.
Pero
me doy cuenta de que en lo espiritual y psíquico, no le ha reportado todo el
bien que yo esperaba. ¿Qué hacer?
Poner
todas las cosas bajo la mirada atenta de Dios y seguir trabajando con interés
para ayudar a la humanidad que necesita de mis esfuerzos y de mi visión
cristiana de la ciencia.
Tú
no eres un científico. No te importa mucho. Pero desde tu paz y serenidad
puedes aportar gozo a quien te rodea.
¡Menuda
ciencia la tuya!