La carga del descontento
Jehová es mi Pastor; nada me faltará.
Acompáñeme a la prisión más
superpoblada del mundo. Tiene más internos que literas.
Más prisioneros que platos. Más
residentes que recursos.
Acompáñeme a la prisión más opresiva
del mundo. Pregunte a los internos; ellos le contarán. Trabajan demasiado y
comen mal. Sus muros están desnudos y sus literas son duras.
Ninguna cárcel está tan superpoblada;
ninguna es tan opresiva, y lo peor, ninguna prisión es tan permanente. La
mayoría de los internos jamás salen. Nadie se puede fugar.
Nunca logran la libertad. Tienen que
cumplir una sentencia de por vida en este centro superpoblado y desabastecido.
¿El nombre de la prisión? Lo verá a la
entrada. Sobre el portón, en forma de arco están las letras fundidas en hierro
que forman su nombre:
N-E-C-E-S-I-D-A-D
La prisión de la necesidad. Ha visto
sus prisioneros. Tienen «necesidad». Siempre necesitan algo. Quieren algo más
grande. Más hermoso. Más rápido. Más delgado. Necesitan.
No es mucho lo que necesitan. Sólo
quieren una cosa. Un nuevo trabajo. Un nuevo automóvil. Una nueva casa. Una
nueva esposa. No quieren mucho. Sólo una cosa.
Con sólo «una cosa» serán felices. Y
tienen razón: serán felices. Cuando tengan «una cosa» saldrán de la prisión.
Entonces sucede algo. El olor a carro nuevo se desvanece. El nuevo empleo se
envejece. Los vecinos compran un televisor más grande. La nueva esposa tiene
malos hábitos. La chispa se esfuma, y antes que usted se dé cuenta, otro ex
convicto quebranta su palabra y regresa a la prisión.
¿Está usted en la prisión? Sí, si se
siente mejor cuando tiene más y peor cuando tiene menos. Sí, si su gozo está a
una entrega de distancia, a un traslado de distancia, a un premio de distancia
o a una renovación de distancia. Si su felicidad procede de algo que deposita, conduce,
bebe o come, reconózcalo: usted está en una cárcel, la cárcel de la necesidad.
Esa es la mala noticia. La buena es que
tiene una visita. Y su visita tiene un mensaje que puede darle la libertad.
Vaya a la sala de visitas. Tome asiento, y vea al otro lado al salmista David.
Le hace señas para que se incline hacia él. «Tengo un secreto que contarte»,
susurra, «el secreto de la satisfacción: “Jehová es mi pastor; nada me
faltará”» (Salmo 23.1).
David ha encontrado los pastos donde va
a morir el descontento. Es como si dijera: «Lo que tengo en Dios es más grande
que lo que no tengo en la vida».
¿Piensa que podemos aprender a decir lo
mismo?
Piense por un momento en lo que tiene.
Piense en la casa que tiene, en el coche que conduce, el dinero que ha
ahorrado. Piense en las joyas que ha heredado y las acciones que ha transado y
la ropa que ha adquirido. Vea todo lo que ha acumulado, y permítame recordarle
dos verdades bíblicas.
Lo que tiene no es suyo. Pregúntele a
cualquier médico forense. Pregúntele a cualquier embalsamador. Pregúntele a
cualquier director de una funeraria. Nadie se lleva nada consigo. Cuando murió
uno de los hombres más ricos de la historia, John D. Rockefeller, le preguntaron
a su contador: « ¿Cuánto dejó John D?» la respuesta fue: «Todo».
«Como salió del vientre de su madre,
desnudo, así vuelve, yéndose tal como vino; y nada tiene de su trabajo para
llevar en su mano» (Eclesiastés 5.15).
De todo eso, nada es suyo. ¿Y sabes
algo más acerca de todas esas cosas? No son usted. Lo que usted es nada tiene
que ver con la ropa que usa ni con el coche que conduce. Jesús dijo: «La vida
del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee» (Lucas 12.15).
El cielo no lo conoce como el tipo del traje hermoso ni como la mujer de la
casa grande ni el muchacho de la bicicleta nueva. El cielo conoce su corazón.
«Jehová no mira lo que mira el hombre; pues el
hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Jehová mira el corazón» (1
Samuel 16.7). Cuando Dios piensa en usted, se fija en su compasión, su
devoción, su ternura o ligereza de mente, pero no en sus cosas.
Y cuando usted piensa en usted mismo,
no debiera hacerlo de otro modo. Si se define por las cosas que tiene, se
sentirá bien cuando tiene mucho y mal cuando tiene poco.
El contentamiento viene cuando
sinceramente podemos decir con Pablo: «He aprendido a contentarme cualquiera
sea mi situación. Sé vivir humildemente y sé tener abundancia» (
Filipenses 4.11–12).
Doug McKnight podía decir esas
palabras. A la edad de treinta y dos años se le diagnosticó esclerosis
múltiple. Los dieciséis años siguientes le costaron su carrera, su movilidad y
finalmente la vida. Debido a la esclerosis múltiple no podía comer por sí mismo
ni caminar; combatió la depresión y el temor. A través de todo esto, nunca
perdió el sentido de la gratitud. La evidencia de esto es su lista de oración.
Los amigos de su congregación le pidieron que compilara una lista de sus
peticiones para interceder por él.
Su respuesta incluía dieciocho
bendiciones por las que estaba agradecido, y seis preocupaciones por las cuales
orar. Sus bendiciones superaban a sus necesidades por tres a una. Doug McKnight
había aprendido a estar contento.
Lo mismo ocurrió con la leprosa en la
isla de Tobago. Un misionero de corto plazo la en un viaje misionero. En el día
final, él conducía la adoración en una colonia de leprosos. Preguntó si alguien
tenía una canción favorita. Cuando hizo la pregunta, una mujer se volvió y dejó
ver el rostro más desfigurado que se haya visto. No tenía orejas ni nariz. Los
labios habían desaparecido. Pero levantó una mano sin dedos y preguntó:
« ¿Podemos cantar “Cuenta las riquezas
que el Señor te da”?»
El misionero comenzó a cantar, pero no
pudo terminar. Después alguien comentó:
«Supongo que nunca podrá volver a
cantar esa canción». «No» respondió, «la cantaré nuevamente, pero nunca de la
forma en que lo hacía antes».
¿Espera que un cambio de circunstancias
traerá un cambio en su actitud? Si es así, usted está en prisión, y necesita
aprender un secreto para aligerar su equipaje. Lo que tiene en su
Pastor es mayor que lo que no tiene en
la vida.
Permítame entrometerme por un momento.
¿Qué cosa específicamente se interpone entre usted y su gozo? ¿Cómo llenaría la
línea siguiente?: «Seré feliz cuando__________________». Cuando sane. Cuando
ascienda. Cuando me case. Cuando esté solo. Cuando sea rico. ¿Cómo podría
terminar esta oración?
Con su respuesta bien en mente,
responda esto. ¿Si su barco nunca llega, si su sueño nunca se hace realidad, si
su situación nunca cambia, podría ser feliz? Si dice que no, está durmiendo en
la fría mazmorra del descontento. Está preso. Y necesita saber lo que tiene en su
Pastor.
Tiene un Dios que lo escucha, el poder
del amor que lo respalda, el Espíritu Santo que vive en usted, y todo el cielo
por delante. Si tiene al Pastor, tiene la gracia a su favor en todo pecado,
dirección para cada decisión, una luz para cada rincón y un áncora para cada tormenta.
Tiene todo lo que necesita.
¿Y quién se lo podrá arrebatar? ¿Puede
la leucemia infectar su salvación? ¿Puede la bancarrota empobrecer sus oraciones? Un tornado puede quitarle
su habitación terrenal, pero ¿alcanzará su hogar celestial?
Mire su posición. ¿Por qué
clamar por prestigio y poder? ¿No ha recibido el privilegio de formar
parte de la obra más grande de la historia?
Según Russ Blowers, somos privilegiados.
Él es ministro en Indianápolis. Al saber que se le preguntaría su profesión en
una reunión del Club Rotario, decidió decir algo más que
«Soy pastor».
En cambio dijo: «Hola, soy Russ
Blowers. Pertenezco a una empresa mundial. Tenemos sucursales en todos los
países del mundo. Tenemos representantes en casi todos los parlamentos y salas
ejecutivas de la tierra. Nos dedicamos a la motivación y la alteración de la
conducta. Tenemos hospitales, comedores, centros de crisis en el embarazo, universidades,
casas de publicaciones hogares de ancianos. A nuestra clientela la cuidamos desde
su nacimiento hasta su muerte. Ofrecemos seguros de vida y contra incendios.
Realizamos trasplantes espirituales de
corazón. Nuestro Fundador es dueño de todos los bienes de la tierra más una
inmensa variedad de galaxias y constelaciones. Lo sabe todo y vive en todo
lugar. Nuestro producto se entrega gratis a todo el que lo pide. (No existe la cantidad
suficiente de dinero para adquirirlo).
Si puede decir lo mismo, ¿no tiene
razón para estar contento?
Un hombre llegó a la oficina de un
ministro para pedir consejería. Estaba en medio de un colapso financiero.
«Lo he perdido todo», se quejó.
« ¡Ah! Lamento de todo corazón que haya
perdido su fe».
«No», rectificó el paciente. «No he
perdido la fe».
«De acuerdo. Entonces lamento que haya
perdido su carácter».
«No he dicho eso», corrigió. «Aún
conservo mi carácter».
«Me duele saber que ha perdido la
salvación».
«No es lo que dije», objetó el hombre.
«No he perdido la salvación».
«Todavía tiene su fe, su carácter, su
salvación», observó el ministro. «Me parece que no
Ha perdido ninguna de las cosas que
realmente valen».
Nosotros tampoco. Usted y yo podemos
orar como el puritano. Se sentaba para comer pan y beber agua. Inclinaba la
cabeza y declaraba: « ¿Todo esto además de Jesús?»
¿Podemos estar igualmente contentos?
Pablo dice «gran ganancia es la piedad acompañada de contentamiento» (1 Timoteo
6.6). Cuando rendimos a Dios el pesado saco del descontento, no sólo perdemos
algo: ganamos algo. Dios lo reemplaza por un maletín liviano, hecho a la
medida, resistente a los pesares y lleno de gratitud.
¿Qué ganará usted con el
contentamiento? Puede ganar su matrimonio. Puede ganar horas preciosas con sus
hijos. Puede ganar respeto por sí mismo. Puede ganar gozo. Puede ganar la fe
para decir: «Jehová es mi pastor; nada me faltará».
Trate de decirlo lentamente:
«Jehová es mi pastor; nada me
faltará».
Dígalo otra vez, «Jehová es mi pastor;
nada me faltará».
Otra vez, «Jehová es mi pastor; nada me
faltará».