Así
dice el Señor, nuestro Dios: “No recordéis lo de antaño, de lo pasado no os
cuidéis. Mirad que realizo algo nuevo. Ya está brotando, ¿no lo notáis? Abriré
un camino por el desierto, ríos en el yermo. Y el pueblo que yo he formado
celebrará mi gloria” (Is 43,18-21).
Es
preciso abrirse a eso nuevo que Dios está realizando en este momento de la
historia. Dejando atrás viejos esquemas mentales, aceptar sin reservas, sin
rebajas, ni composturas la Buena Nueva de Dios. La resistencia causa tensiones
o resulta en estancamiento; tan mala es una cosa como la otra. Jesús nos dijo:
“Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28,20).
Aceptando en fe su promesa y su dirección hay que moverse hacia adelante por
caminos nuevos y entrar en aguas no exploradas.
Si
leemos los signos de los tiempos, vemos, por una parte un diluvio de egoísmo;
esta es la generación del ego, con la mente despierta y la consciencia dormida.
Por otra parte hay señales cada vez más claras de un nuevo amanecer, con un
despertar cada día más generalizado de la nueva conciencia. “Buscad primero el
reino de Dios y su justicia; todo lo demás se os dará por añadidura”, nos dice
Jesús (Mt 6,43). Si nos dejamos conducir por el Espíritu de Dios, descubriremos
muy pronto que el reino está ya dentro de nosotros. En medio de un mundo donde
todo pasa, este es el reino de las realidades imperecederas, el reino de la paz
y felicidad perfectas (1Co 2,9).
“Es
ya hora de despertaros del sueño, porque la salvación está más cerca de
nosotros que cuando abrazamos la fe. La noche está avanzada, el día se echa
encima” (Rm 13,11s). Es hora de despertar y tomar conciencia de lo que Dios ha
hecho por nosotros y está haciendo en nosotros. Solamente cuando lo veamos a la
luz del día se acabarán nuestros miedos, nuestras desconfianzas, nuestras
discordias, nuestras ambiciones tontas y nuestra culpabilidad ciega. Y entonces
nuestra admiración y nuestra gratitud serán eternas y sin límites.
“Y
el que está sentado en el trono dice: Ahora hago nuevas todas las cosas. Vi un
cielo nuevo y una tierra nueva” (Ap 21,5). El nuevo cielo y nueva tierra están
ya aquí dentro de nosotros y en nuestro entorno. Hay que descubrirlos en uno
mismo y en los demás. Cuanto más despierta tu consciencia tanto mejor vivirás
la novedad presente, y tanto más gozarás de ella. Y tanto mayor será tu
gratitud al dador de todo don.
Cuando
el Espíritu Santo consiga generalizar esta visión, tendremos una humanidad
nueva y feliz. ¡Oremos por su pronta venida! Y no pongamos límites a la
generosidad de Dios. La vida es un aprendizaje. Y aprender significa cambiar.
Tenemos mucho que aprender; y el Espíritu Santo tiene mucho que cambiar en
nuestra mente, en nuestro corazón, en nuestra vida. Lo único que nos pide es
que estemos dispuestos a que este feliz cambio tenga lugar. El se encarga de
realizarlo. El Espíritu siempre comienza por eliminar los pensamientos que no
están de acuerdo con la mente de Dios, mientras va grabando pensamientos en
línea con los de Dios (1Co 2,10).
Con
más insistencia que nunca Jesús nos grita hoy: “Ven y sígueme”; asimila mi
mensaje auténtico, como lo encontrarás sobre todo en mis parábolas. El seguidor
de Cristo no puede permanecer estático, aferrado a una vieja espiritualidad.
“El que escucha mis palabras y las pone en práctica se parece a un hombre
sensato que construye su casa sobre roca... El que escucha y no las pone en
práctica se parece a un hombre insensato que construye sobre arena” (Mt
7,24ss). A lo largo de los siglos, y con la mejor intención, sobre esa roca del
Evangelio se han ido acumulando toneladas de arena y tierra: teologías, dogmas
y condenas, normas de culto y de moralidad, observancias y tradiciones... Pero
bajo ese cúmulo permanece siempre vivo el mensaje auténtico de Cristo.
El
Maestro nos urge hoy a sacudir muchas ideas y prácticas de invención humana, y
a adentrarnos en lo eternamente nuevo de su evangelio. Eso precisamente es lo
que mantiene al seguidor de Cristo eternamente joven y optimista con y como el
Maestro.