Qué
no sabes orar, Ponte en la presencia de Dios y en cuanto comiences a decirle:
¡Señor!, ¡No
sé hacer oración!..., esté seguro de que has empezado a hacer Oración
Me
has escrito: “orar es hablar con Dios.
Pero,
¿de qué? ¿De qué? De Él, de ti:
Alegrías,
tristezas, éxitos y fracasos, ambiciones nobles, preocupaciones
diarias... ¡flaquezas! Y nacimientos de gracia y peticiones: Amor y
desagravio.
En
dos palabras: conocerle y conocerte:
“¡tratarse!”
No
es preciso, hijo mío saber muchas cosas para agradarme: basta que me ames con
fervor.
Háblame
pues, aquí sencillamente, como hablarías al más íntimo de tus amigos, como
hablarías a tu madre, a tu hermano.
¿Necesitas
hacerme alguna súplica para alguien en especial?
Decime
su nombre.
Pueden
ser el de tus padres, el de tus hermanos o amigos.
Decime
qué quisieras que haga por ellos.
Pídeme
mucho; no tengas reparos ni vergüenzas, Me gustan los corazones generosos que
llegan a olvidarse de sí mismos, para atender las necesidades de lo demás.
Háblame,
pues, con sencillez, de los pobres a quienes quisieras consolar, de los
enfermos a quienes ves padecer; de los extraviados que quieres ver nuevamente
en el buen camino, de los amigos ausentes.
Decime
por todos ellos aunque sea una palabra, una palabra de amigo, una palabra
entrañable y fervorosa.
Recuérdame
que he prometido escuchar toda súplica que salga del corazón; y, ¿no ha de
salir del corazón el ruego que me dirijas por aquellos a quienes tu corazón más
especialmente ama?
Y
para ti
¿No
necesitas alguna gracia?
Podrías
hacer una lista de tus necesidades y luego venir a leerla en mi presencia.
Decime, francamente y con humildad, si sientes soberbia, amor a la sensualidad
o pereza; si eres un poco egoísta, inconstante o negligente y pídeme luego que
venga en ayuda de los esfuerzos -pocos o muchos- que haces para librarte de
tales miserias.
¡No
te avergüences!
Hay
en el cielo tantos justos, tantos santos que tuvieron esos mismos defectos.
Pero rogaron con humildad y, poco a poco, se vieron libres de ellos.
Tampoco vaciles en pedirme bienes corporales: salud, memoria, feliz éxito en
tus trabajos, negocios o estudios.
Todo
esto te lo puedo dar, y te lo daré cuando me lo pidas, mientras no se oponga a
tu santificación.
Hoy
por hoy, ¿qué necesitas?
¿Qué
puedo hacer por tu bien?
Si
supieras los deseos que tengo de ayudarte
¿Traes
ahora mismo entre manos algún proyecto o alguna meta?
Cuéntamelo
todo minuciosamente; realmente me interesa.
¿Qué
te preocupa?
Quién
te preocupa?
¿Qué
deseas?
¿Qué
puedo hacer Yo por aquel asunto, por aquellos deseos, por aquellas personas…?
Tu
perseverancia en la oración, manifestará tu fe y tu confianza en Mí.
¿Y
por Mí?
¿No
te gustaría conocerme más y conseguir tratarme con mayor fervor y devoción?
Y
vos
¿Qué
podrías hacer por los que viven olvidándose de Mí?
Hijo
mío, recuerda que soy dueño de los corazones y, suavemente, los puedo llevar
-sin perjuicio de su libertad- si es que ellos quieren.
¿Sientes
acaso tristeza o mal humor?
Cuéntame
tus tristezas con todos sus pormenores.
¿Quién
te hirió?
¿Quién
te lastimó?
¿Quién
te ha menospreciado?
Acércate
a mi Corazón que es capaz de curar esas heridas del tuyo.
Dame
cuenta de todo y acabarás por decirme que, a semejanza Mía, todo lo olvidas y
todo lo perdonas: en pago, vas a recibir mi bendición.
¿Sientes
algún temor?
¿Sufres
alguna dificultad?
Échate
en brazos de mi amorosa providencia.
Estoy
contigo, aquí a tu lado me tienes, todo lo veo, todo lo oigo, en ningún momento
te desamparo.
Te
pido que ruegues también por aquellas personas que te han causado algún mal.
Aunque
hayan sido injustas o ingratas, hayan murmurado o te hayan hecho algún daño.
Pide
por ellas.
Seguramente
tendrás alguna alegría para comunicarme
¿Por
qué no me haces partícipe de ella como un buen amigo?
Cuéntame
lo que ha consolado y alegrado tu corazón.
¿Tuviste
sorpresas agradables?
¿Recibiste
alguna buena noticia, alguna carta o muestra de afecto?
¿Conseguiste
vencer alguna dificultad o superaste algún problema?
Manifiéstame
por ello tu agradecimiento y decime:
“Gracias,
Padre mío, gracias”.
¿Sabías
que el agradecimiento trae consigo nuevos beneficios porque al bienhechor le
gusta verse correspondido?
Terminando
este rato de oración,
¿No
te gustaría hacer algún propósito?
¿En
qué tema te parece que podrías mejorar un poco?
¿En
tu trabajo o en tu estudio?
¿En
la lucha por tratar con mejores modos a tus familiares o amigos?
Yo
te voy a agradecer que sigas haciendo el esfuerzo por mejorar tu piedad.
No
te olvides de la Virgen María.
Ella
es mi Hija, mi Madre y Esposa, pídele que te ayude a rezar.
Tampoco
te olvides de Mí.
SEÑOR:
Aquí estoy delante de Ti, para ponerme en tus
manos:
Para decirte que te amo y que sin Ti mi vida es
muy difícil.
Concédeme el perdón por todas mis faltas y todo
aquello con lo cual te he ofendido.
Ayúdame a ser mejor todos los días, yo sé que
puedo mejorar muchas cosas.
Perdóname sobre todo, si he hecho daño a alguien y Bendice a quien haya hecho
sufrir con mis actitudes.
Dame un corazón nuevo SEÑOR, para poderte amar
como tu quieres. Amado
SEÑOR, quiero agradecerte por este día y por todas las cosas lindas que me has
regalado.
Especialmente te doy gracias, por creer en mí y
por darme hoy otra nueva oportunidad para vivir y para ser mejor.
PADRE BUENO, dame el pan de cada día; sobre todo
dame la alegría necesaria para poder vivir; dame la esperanza para no llenarme
de temor en los momentos de dificultad; dame la fe para saber que nunca me
abandonarás y dale a mi corazón toda la paz y serenidad que necesita para
afrontar los momentos difíciles de la vida.
YO te Amo SEÑOR y quisiera demostrártelo con mi
propia vida.
Si Tú me ayudas todo es más fácil.
Me pongo en tus manos SEÑOR por intermedio de la
SANTISIMA VIRGEN MARIA AUXILIADORA, nuestra madre admirable y en tus manos
pongo también a los míos para que los protejas y los ayudes siempre.
Bendíceme y guíame SEÑOR en este nuevo día no
permitas que me aleje de Ti
Amén.
Yo te espero, mañana, en tu rato de oración.