Frederick
Douglass fue escritor, editor, orador y ferviente defensor de los derechos de
los afroamericanos negros. Su lucha lo llevó a ser uno de los más importantes
disertantes abolicionistas de su época y de toda la historia de los Estados
Unidos.
Pero
este hombre, conocido como El Sabio de Anacostia, no procede de la comodidad de
una familia, ni de los círculos sociales acomodados. Douglass nació en la época
de esclavitud total para su raza.
El sistema al que estaba sujeto fue ideado en todos sus detalles para quebrar el espíritu de una persona, entre otras cosas: el individuo era separando de su familia para que nunca desarrollara vínculos emocionales, recibía constantemente amenazas y castigos con el único fin de aplastar toda noción de libre albedrío, además debía seguir siendo analfabeto e ignorante, para evitar que su pensamiento crezca. Todo esto con el fin de formar en el esclavo la peor opinión de sí mismo.
El propio Douglass sufrió de niño todas esas desgracias pero, por algún motivo,
desde su más tierna infancia, entre lágrimas de soledad dejaba volar su
imaginación creyendo que podía ser libre y que podía aspirar a algo más. Él
sentía dentro de su corazón que algo había sido aplastado, pero que podía
levantarlo nuevamente.
En 1828, cuando tenía diez años, su amo lo envió a trabajar a casa de un yerno en Baltimore, Maryland. Douglass interpretó esto como un acto de la providencia en su favor. Significaba que escaparía del arduo trabajo en la plantación y tendría más tiempo para pensar. En ese lugar, la señora de la casa leía continuamente la Biblia, y un día él le preguntó si podía enseñarle a leer. Ella lo complació con gusto y el muchacho aprendió rápidamente.
Pero cuando el amo se enteró, reprendió severamente a su esposa: un esclavo nunca tendría permitido leer y escribir. Le prohibió seguir enseñándole. La señora de la casa simplemente asintió con la cabeza y ya no le enseñó más nada, pero ya era demasiado tarde, aquel niño ya podía arreglárselas por sí solo. La señora de la casa, simplemente dejaba algunos libros de pensadores y oradores tirados por ahí para que el niño los recogiera y pudiera leerlos a escondidas.
Al tomarlos, escapaba a lo más recóndito de los cultivos de algodón y pasaba horas memorizando discursos famosos que repasaba en su mente. Se imaginaba convertido en un gran orador, clamando contra los males de la esclavitud.
Cuando cumplió quince años, su amo se dio cuenta que era distinto a los demás esclavos en su expresión, su trabajo y hasta en su forma de andar, así que lo envió a una granja gobernada por un tal Covey, cuya única tarea en la vida era doblegar los espíritus rebeldes. Pero todas las artimañas que usaba ya no podían tener éxito. Douglass había creado una identidad propia, que no correspondía con la que Covey quería imponerle.
Con el tiempo logró idear un plan para escapar al norte. Ahí fue donde creció como orador abolicionista importante, fundó su propio periódico y rebasó siempre los límites que los demás trataban de imponerle.
Quizás nunca nos toque vivir las mismas dificultades que atravesó un afroamericano en la época de la esclavitud, pero en medio de nuestra propia adversidad, historias como las de Frederick Douglass, nos muestran como una persona que nació con un destino marcado y con un entorno hostil, puede salir adelante si cree y si alimenta constantemente esa creencia.
“Repite siempre lo que dice el libro de la ley de Dios, y medita en él de día y de noche, para que hagas siempre lo que éste ordena. Así todo lo que hagas te saldrá bien. Yo soy quien te manda que tengas valor y firmeza. No tengas miedo ni te desanimes porque yo, tu Señor y Dios, estaré contigo dondequiera que vayas.” Josué 1:8-9 Versión DHH
La adversidad es una constante en la existencia del hombre, pero tener fe y alimentarla, es una variable que le toca a cada persona agregar a su vida.