Recuerdo que cuando era niño, después de haberse perdido todo el día mi papá llegaba por la noche a casa en completo estado de ebriedad e iniciaba una noche de llanto y dolor.
Se mostraba descontento con la comida que mamá le daba, para luego pasar a las palabras groseras que destruían su interior y por último llegaba a los golpes que le dejaban marcas profundas en su cuerpo.
En ese momento era incapaz de poder ayudar a mamá, pero en mi interior crecía un odio hacia mi padre, tenía deseos de agarrarlo a golpes y matarlo. Quería hacer muchas cosas para vengarme, pero por mi corta edad no podía pues seguro saldría yo más lastimado que él.
Estas escenas se dieron por varios años en mi familia, y cuando alcance los 15 años las cosas cambiaron un poco, porque ya no era el mismo niño que solo miraba cómo golpeaban a su mamá, a esa edad enfrentaba y amenazaba a mi padre, pero lo que hacía no lograba cambiar la situación siempre era lo mismo, creí que con mostrar esa actitud mi papá tendría temor de mí y dejaría de golpear a mamá, pero no fue así.
Pasaron
los años y lo único que había en mí era un gran odio, rencor, remordimiento,
deseos de golpearlo y hacerle pagar todo el daño que mi papá había causado.
Pero por la gracia de Dios y por lo que hizo en mí, hoy estoy escribiendo este
devocional y puedo decir que Dios es real.
Era un domingo cuando me invitaron a la iglesia, y al entrar en ella me sorprendí por la forma en la que todos se saludaban y el trato que daban, era un ambiente muy diferente a lo que yo estaba acostumbrado, por supuesto, para mí eso era algo raro, nuevo y diferente.
Después de asistir varios cultos de Jóvenes y haber ya aceptado a Jesús en mi corazón. El Señor me dio esta promesa: “Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo, tú y tu casa. ”Hechos 16:31
Agarrado de esa promesa empecé a luchar por mi familia doblando rodillas. Al principio era complicado porque era el primer cristiano de una familia desintegrada. Fueron dos largos años y algunos meses aproximadamente desde que empecé a luchar por mi familia, y mi hermano mayor se acercó a Jesús, de un momento a otro mi mamá comenzó a ir a la iglesia, ahora va mi hermanita, sólo faltan mi papá y mi hermana mayor para que toda la familia esté rendida a Dios.
Claro que no fue fácil llegar hasta aquí, tuve desánimos, sentía el cansancio, quería renunciar y dejarlo todo, porque a veces las cosas empeoraban en casa. Pero nunca dejé de creer en el poder de Dios.
Durante este tiempo que conozco a Dios no sólo vi Su poder para cambiar vidas, familias, situaciones, problemas, sino también su misericordia cuando le fallas.
Quizá esta historia o alguna parte de mi vida te identifican. Tal vez tienes una familia en la que reina el dolor o algún miembro de tu familia aún no conoce a Cristo. Hoy te invito a que tomes tu Biblia y medites en Hechos 16:30-31 y sobre esa promesa empieces a luchar por tu familia.
Si ya estás orando desde hace años por tu hogar y aún no hay respuesta, no te rindas. Dios es fiel a su palabra y siempre responde. Permanece en oración y esperas con fe, Dios hará que lo imposible se haga realidad. “Dios no es como los mortales: no miente ni cambia de opinión. Cuando él dice una cosa, la realiza. Cuando hace una promesa, la cumple.” Números 23:19 (DHH)
Si has perdido las esperanzas y has dejado de orar por tu familia, hoy es un buen día para empezar a confiar en Él. Su misericordia sigue intacta y su poder sigue cambiando vidas.