Jesús
vino a traer a la tierra algo totalmente nuevo. Más que una nueva religión, un
nuevo estilo de vida. Su estilo de vida y sus enseñanzas chocaron frontalmente
con los sacerdotes y teólogos de su tiempo. En una ocasión muchos de sus
discípulos, cuando les hablaba de maravillas que ellos no comprendían,
desertaron de él. Entonces Jesús interrogó a los doce: “También vosotros
queréis iros?”. Pedro respondió: “A quién iremos, Señor. Tu tienes palabras de
vida eterna” (Jn 6,68).
Ciertamente palabras de vida eterna
son estas: “Amad a vuestros enemigos; haced el bien a los que os odian;
bendecid a los que os maldicen; orad por los que os calumnian... Sed
misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso” (Lc 6,27s.36).
¡Qué distinta sería la suerte de la
Iglesia y de la humanidad, si todo el empeño que hemos puesto en salvaguardar
dogmas y doctrinas a lo largo de los siglos, se hubiese centrado en amar,
perdonar, bendecir y mostrar la misericordia del Padre. Gandhi no tenía un
doctorado en Teología, pero estudió el Evangelio a fondo. Y llegó a decir: “Si
los cristianos viviesen el Evangelio, todo el mundo sería cristiano”.
El nuevo estilo de vida inaugurado
por Jesús, se basa en que todos somos una familia, donde la ley es el amor, la
aceptación mutua, la tolerancia, el perdón. Ya que todos tenemos un mismo Padre
en el cielo, que nos ha creado a todos a su imagen y semejanza, y nos ha
redimido a todos con la sangre de su Hijo; un Padre que nos ama a todos como al
mismo Jesús. “A nadie llaméis padre, porque uno es vuestro Padre, el del cielo.
No os dejéis llamar maestro, porque uno es vuestro maestro, el Cristo, y todos
vosotros sois hermanos” (Mt 23,8ss). Y no olvidemos que el Maestro tiene su
cátedra en el corazón. Para escuchar sus enseñanzas hay que ir más allá del
ruido de la cabeza.
PERDONAR Y BENDECIR
Preguntaba alguien a Dios: “Tú que
nunca duermes, ¿qué haces todo el tiempo, no te aburres?” “Aburrirme, nunca”,
respondía Dios. “¿Que qué hago todo el tiempo? Perdonar y bendecir”. Si quieres
librarte de amargura y culpabilidad; si quieres gozar de buena salud integral;
si quieres ayudar a otros a ser libres y felices; si quieres eliminar arrugas y
manchas de la Iglesia y aliviar las cargas del mundo, esta es la receta:
perdona sin llevar cuentas del mal y bendice a todos a todas horas.
Hace años un joven empresario vino
con un fuerte ataque de asma, a pedir sanación. Mientras contaba sus penas,
pedí al Señor un mensaje y abriendo la Biblia, leí estas palabras de Jesús:
“Tened fe en Dios. Os aseguro que quien sin dudar interiormente lo más mínimo,
diga a este monte: Quítate de ahí y échate al mar, lo alcanzará… Y cuando os
pongáis a orar, si tenéis algo contra alguien, perdonádselo, para que también
vuestro Padre celestial os perdone” (Mc 11,22ss). El joven quedó pensativo y
confesó: “Ahora veo lo que me sucede. Tengo resentimiento hacia mi superior.
Ayer fue muy desagradable conmigo; mi resentimiento creció y anoche tuve este
ataque de asma”. Dos condiciones para ver milagros: fe en Dios, y perdón. La fe
moviliza el poder de Dios para el milagro.
El perdón desbloquea el
camino para que su gracia actúe.
El perdón es camino de sabiduría, de
paz, de liberación y salvación para uno mismo y para otros. Uno de los platos
favoritos del ego es el resentimiento. Lamiendo sus heridas, las mantiene
vivas. El ego parece razonar: “Si esto o aquello fuese diferente, yo sería
feliz”. Para el ego la felicidad y la salvación depende de cambios externos, no
de un cambio interno. El Espíritu nos asegura que solo hay un camino para
liberare de la amargura y resentimiento que la ofensa había dejado en el
corazón. Ese camino es el perdón incondicional. Una vez el corazón queda libre
de la amargura y resentimiento, viene la paz y la herida se sana rápidamente.
Ante un incidente desagradable es
bueno tener presente lo sucedido y aprender de cara al futuro. La vida es una
escuela, y cada incidente es una lección. Pero es necesario recordar la ley del
amor y olvidar la ofensa. “El amor no lleva cuentas del mal” (1Co 13,5).
Si el perdón va acompañado de
comprensión y compasión, es fácil dar la absolución o excusar al ofensor. El
que ofende o peca actúa inconscientemente: debido a programaciones genéticas o
adquiridas, a engaños de la mente, a reacciones temperamentales, o a arrebatos
de locura. “Padre, perdónales porque no saben lo que hacen” (Lc 23,34).
Muy dañino para la salud espiritual
y física es quedar atrapado en un pasado desagradable, lamiendo heridas,
creando autocompasión, desconfianza o rencor. Así se alimenta y fortalece el
ego, que siempre basa su identidad en el pasado. El perdón nos libera del
dominio del pasado, para poder entrar en el ahora de Dios y cooperar con su
gracia poderosa. En el calendario de Dios sólo hay un día, hoy; sólo una hora,
ahora. Cuando nos salimos del ahora, quedamos desconectados de Dios.