A todos nos gusta recibir un reconocimiento o ser promovidos por nuestro
trabajo, por el tiempo y el esfuerzo que dedicamos al realizar una determinada
actividad. Nadie se siente bien cuando es despedido, pero esta medida
disciplinaria es necesaria cuando uno no ha cumplido con las responsabilidades
que le fueron asignadas.
De la misma manera Dios procederá con aquellas personas que no cumplieron el
propósito con el cual fueron creadas, o lo hicieron al principio pero al pasar
el tiempo permitieron que el amor y la pasión por Él fuera menguando, de modo
que sus intenciones e intereses cambiaron. Nadie más que Dios conoce nuestro
corazón y nuestras verdaderas intenciones; Él es nuestro Creador, a Él no
podemos mentirle ni engañarle; Él es Omnisciente, lo sabe todo.
Yo conozco tus obras, y tu
arduo trabajo y paciencia; y que no puedes soportar a los malos, y has probado
a los que se dicen ser apóstoles, y no lo son, y los has hallado
mentirosos; y has sufrido, y has tenido paciencia, y has trabajado
arduamente por amor de mi nombre, y no has desmayado.Pero tengo contra ti, que
has dejado tu primer amor. Recuerda, por tanto, de dónde has caído, y
arrepiéntete, y haz las primeras obras; pues si no, vendré pronto a ti, y
quitaré tu candelero de su lugar, si no te hubieres arrepentido. Apocalipsis
2:2-3 (RVR 1960)
Si hoy estamos con vida es solo por su misericordia y bondad. Seamos sinceros con Dios y con nosotros mismos, analicemos cuáles son las verdaderas razones que nos llevan a servirlo. Si hemos dejado nuestro “Primer Amor” y solo lo estamos cumpliendo nuestro trabajo por obligación, es mejor que por un tiempo dejemos de hacerlo porque a Dios hay que servirle con excelencia y por gratitud.
Hoy es un buen día para arrepentirnos, confesar nuestro pecado, volver a los brazos de nuestro Padre Celestial y comprometernos a servirle como Él se merece. Dejemos de enfocar nuestra vista en las cosas de este mundo que son pasajeras, que nuestro objetivo sea la eternidad y nuestra prioridad vivir en santidad. Cuidemos con temor y temblor nuestra salvación para no perderla porque el regreso de nuestro Señor está muy cerca.
Todos
debemos estar conscientes que cada día representa una lucha espiritual y que no
podremos ganarla en nuestras propias fuerzas. Necesitamos la ayuda del Espíritu
Santo, quien es nuestro consolador, consejero y compañero de toda la vida; solo
depende de nosotros ser cada día más sensibles a su voz y a su presencia, de
modo que nos dejemos guiar por Él en cada momento y lugar hasta que Jesús
vuelva.
La actitud correcta para servir a Dios es con gozo, gratitud y amor.