Los
sabios de este mundo ofrecen muchos remedios para nuestros males, pero los
males siguen en aumento. Y seguirán mientras no se detecte y remedie el error
que los origina: la sensación de estar separados de Dios y separados unos de
otros Nos
sentimos responsables de lo que hacemos, y hasta de lo que sentimos. Pero acaso
no tanto de lo que pensamos. Y ahí es donde reside nuestra gran
responsabilidad.
Cada
uno se identifica con su propio sistema de pensamiento. Y el sistema de
pensamiento se centra en lo que uno cree ser. Si creo que soy un ser frágil,
separado de Dios y de los demás, el miedo es inevitable: miedo al abandono y
miedo a las represalias. Como el miedo es mi propia invención, no puedo menos
de creer en lo que yo mismo he inventado. Aquí vale el dicho: creer es crear.
Creer en algo produce la aceptación de su existencia.
El
miedo procede de una gran mentira. Y sólo se le vence con la verdad, que es
sinónimo de amor. La gran mentira consiste en negar o no reconocer lo que
realmente somos y nuestra relación con Dios. Dios nos creó perfectos e
inmortales para cooperar con él en el desarrollo de la creación. “Vio Dios todo
lo que había hecho, y he aquí que todo estaba bien” (Gn 1,31). En la creación
de Dios no hay carencias, ni lagunas. En el ser humano creado por Dios todo
estaba bien.
Pero
no sé por qué quisimos competir con el Creador. Nuestra mente decidió
fabricarse un yo distinto del creado por Dios y separado de él. Aquí está ese
yo fantasma, nuestro ego, separado de Dios, separado de mí mismo y separado de
todo lo que existe en el mundo real.
En
el ego de fabricación casera todo son carencias. Las carencias, lo mismo que el
ego, no son sino proyecciones de la propia mente. La situación se agrava cuando
tratamos de suplir nuestras carencias y vaciedad con nuestras propias ideas,
sugeridas por el ego, en lugar de buscar la verdad eterna más allá de la mente.
La
carencia básica en la que todas las demás radican, la que realmente hay que
corregir para ser felices, es la sensación de estar separados de Dios y en
conflicto con nosotros mismos. Esta a su vez radica en el error, creado por
nuestra mente, de que uno puede estar separado de Dios.
¿Cómo
podría una criatura existir sin que el Creador la sustentase a cada
instante? La idea de que Dios nos lanzó a la existencia, y ahora existimos
por nuestra cuenta, es un error mental, producto del orgullo y autosuficiencia
de los humanos.
Dios
no creó nada en el pasado, porque para Dios no existe el pasado. Todo cuanto
es, está siendo creado en su eterno ahora, y es inseparable de su Creador. Nada
existe separado de Dios, en sí mismo y por sí mismo.
Si
alguien encuentra absurda esta afirmación es porque está identificado con su
mente. Ciertamente Dios no está en las cosas tal como los ojos las ven o la
mente cree que las ve, pues la mente no ve nada real. Piensa que ve y conoce
muchas cosas, y sólo ve imágenes fabricadas por ella misma; no ve la realidad
de las cosas. Mira al mundo, ve imágenes y hace sus juicios.
Pero
las imágenes carecen de visión y el ego también.
Como
el ego está separado, se ve amenazado por todos lados. Al errar nuestra
identidad identificándonos con el yo fantasma fabricado por nuestra mente,
naturalmente nos vemos separados, aunque en realidad somos uno. Todo fantasma
en este mundo se ve constantemente amenazado, como la oscuridad lo está por la
luz.
De
ese modo mi yo fantasma va siempre acompañado de inseguridad, de miedos, de
culpabilidad y otros parásitos.
Nos
sentimos responsables de lo que hacemos y a veces de lo que sentimos, pero
acaso no de lo que pensamos. Grave error con graves consecuencias. Nuestros
sentimientos y nuestras acciones son el resultado de nuestros pensamientos.
Todos los miedos y culpabilidad que sentimos se originan en nuestra mente. Por
tanto deshacer el miedo y disipar la culpa es nuestra responsabilidad, ya que
somos los dueños de nuestra mente.
Pedir
a Dios nos libere sin más de nuestras culpas y miedos suena como querer
esquivar la responsabilidad. No es una actitud muy digna. Lo que hemos de pedir
a Dios es la sabiduría y la fuerza para cambiar de mentalidad; y de ese modo
cerrar la fuente de donde manan el miedo y la culpa y otros complejos.
La
fuente es nuestra mente, o nuestra conciencia moral programada erróneamente
desde la mente. La conciencia moral formada según la mente de Dios, reflejada
en el evangelio, avisa y mueve a rectificar el camino equivocado. Pero nunca
acusa, nunca culpabiliza.