Cuantas veces desea el hombre desordenadamente alguna cosa, luego pierde el sosiego.
El soberbio y el avariento nunca están quietos; el pobre y el humilde de
espíritu viven en mucha paz.
El hombre que no es perfectamente mortificado en sí, presto es tentado y
vencido de cosas pequeñas y viles.
El flaco de espíritu y que aún está inclinado a lo animal y sensible, con dificultad se puede abstraer totalmente de los deseos terrenos.
Y cuando se abstiene recibe muchas veces tristeza, y se enoja presto si alguno
le contradice.
Pero si alcanza lo que desea, siente luego pesadumbre por el remordimiento de la conciencia; porque siguió a su apetito, el cual nada aprovecha, para alcanzar la paz que busca.
En resistir, pues, a las pasiones se halla la, verdadera paz del corazón, y no en seguirlas.
No hay, pues, paz en el corazón del hombre carnal, ni del que se entrega a lo exterior, sino en el que es fervoroso y espiritual.