LOS ANGELES
Qué es mejor, dime: hablar del vecino y de sus asuntos,
husmearlo todo, o conversar sobre los ángeles y sobre cosas que pueden
enriquecernos
SAN JUAN CRISÓSTOMO
Son sus ángeles. «Cuando el Hijo del Hombre venga en su
gloria con todos sus ángeles...» (Mt 25, 31). Son suyos por vía de creación. Al
principio, antes de que el hombre apareciera, antes de que el universo fuera
ha-bitable, fueron por El suscitados de la nada: «En Él fueron creadas todas
las cosas en los cielos y en la tierra, las visibles y las invisibles, Tronos,
Dominaciones, Principados, Potestades, todo fue creado por Él y en atención a
Él» (Col 1,16). Pero después serán sus ángeles por un nuevo título, que nos
toca de cerca, cuando el Hijo único, que está en el seno del Padre, habiendo decidido
abajarse hasta hacerse el Hijo del hombre, hará de ellos los heraldos de su
designio de redención: «¿No son todos ellos unos espíritus, que hacen el oficio
de servidores, enviados para ejercer su ministerio en favor de los que serán
herederos de la salvación?» (Hb 1, 14).
Anuncian este misterio de salvación primero desde lejos, sin
poder todavía sondear su abismo. Bajo la economía de la Ley de la naturaleza
son ellos quienes cierran el paraíso terrestre (Gn 3, 24), protegen a Lot (Gn
19), salvan a Agar y a su hijo en el desierto (Gn 21, 17), detienen la mano de
Abraham levantada contra su hijo Isaac (Gn 22, 11), etc. Bajo la economía de la
Ley mosaica, la Ley misma es comunicada por medio de su ministerio (Hch 7, 53;
Ga 3, 19; Hb 2, 2), asisten a Elías (1 R19, 5), Isaías (6, 6), Ezequiel (40,
2), Daniel (7, 16), etcétera. Ya al final, es un ángel el que predice a
Zacarías el nacimiento del Precursor y quien anuncia a la Virgen de Nazaret
«que ha encontrado gracia a los ojos de Dios, y que la virtud del Altísimo la
cubrirá con su gloria».
Los ángeles están entonces a la espera de la Encarnación,
pero ¿quién puede expresar su asombro en el instante en el que introduciendo a
su Primogénito en el mundo, Dios dice: «que todos los ángeles le adoren»? (Hb,
1, 6). Cuando la Virgen de la Anunciación pronuncia su Fiat hay ciertamente
algo nuevo en la tierra y en el desarrollo de la historia humana: poco a poco
Isabel, Simeón, los pastores, los magos lo comprenderán. Pero en ese mismo
instante el universo entero de los ángeles se iluminó, Cristo brilla en su
cielo incom-parablemente más que la estrella en el cielo de los magos, y son
los ángeles quienes comienzan en la patria, en honor del Verbo encarnado, la
acción de gracias que irá repercutiendo a lo largo de los días de nuestro
exilio: Gloria a Dios en las alturas, y paz en la tierra a los hombres de buena
voluntad (Lc 2, 14).
A partir de ese momento los vemos colocados bajo la
irradiación inmediata de la Humanidad de Jesús, con la que en cierta medida
están connaturalizados. Pueden entrar más íntimamente a servirle en el designio
de su obra redentora. Protegen su infancia (Mt 1, 20), evangelizan a los
pastores (Lc 2, 18), guían la huida a Egipto, se acercan a Jesús después de las
tentaciones para servirle (Mt 4, 11), se alegran por la conversión de un solo
pecador (Lc 15, 10), se indignan por el escándalo causado a la infancia:
«Guardaos de des-preciar a uno solo de estos pequeños; yo os digo que sus
ángeles en los cielos están viendo continuamente el rostro de mi Padre, que
está en los cielos» (Mt 18, 10); palabra inmortal que asocia para siempre, en
la memoria de los hombres, la inocencia del niño y la pureza del ángel.
Con el espíritu de Cristo es como les es dado acompañar a
Cristo. «Su aparición es siempre la señal de una intervención directa y
decisiva de Dios, que en ese momento ya no deja que los acontecimientos sigan
su curso, sino que a través de los ángeles toma milagrosamente las cosas en la
mano. Igual que en la Antigua Alianza fueron los instrumentos de Yahvé para
conducir a su pueblo, llamar a sus servidores, revelarse a sus profetas, ahora
toman parte en los acontecimientos de la vida de Jesucristo. Su papel está
particularmente señalado en los relatos de su nacimiento, de su resurrección,
igual que en las escenas en donde vemos a Jesucristo disputar las batallas
decisivas del reino (tentaciones en el desierto, agonía en Getsemaní)...
Asimismo, en el libro de los Hechos toman parte activa en el progreso del
Evangelio, y ponen así de manifiesto la continuidad esencial existente entre el
testimonio de los apóstoles y el ministerio terrestre de Jesucristo».
La noche en que fue traicionado, una sola señal de Jesús les
hubiera hecho venir: « ¿Crees que no puedo rogar a mi Padre, quien pondría a mi
disposición al punto más de doce legiones de ángeles?» (Mt 26, 53). Al final,
«el Hijo del Hombre enviará a sus ángeles y arrancarán de su Reino todos los
escándalos y a todos lo obradores de iniquidad» (Mt 13,41).
«Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo» (Mt
6, 10). Primero la voluntad de Dios se cumple en el cielo, después viene al
encuentro de la tierra. Se comunica de las criaturas invisibles a las criaturas
visibles. Concede a las primeras el poder y la alegría de socorrer a las
segundas, a los ángeles el descender hasta el hombre y hasta los lugares que
éstos habitan. «¿No son todos ellos... enviados para ejercer su ministerio en
favor de los que serán herederos de la salvación?» (Hb 1,14).
Siguiendo un pensamiento de Atenágoras y de Orígenes, San
Agustín escribirá: «A los ángeles celestiales, que poseen a Dios en la humildad
y le sirven en la bienaventuranza, está sometida toda la naturaleza corporal y
toda vida racional». Vemos que el cristianismo ha sustituido la concepción
antigua de un cosmos cerrado en sí mismo -que es lo que le critica Santo Tomás
a Aristóteles- por la concepción de un cosmos abierto a los acontecimientos de
voluntad, a las libres intervenciones de los ángeles y de los hombres que,
simplemente haciendo jugar las interferencias causales, sin atentar en lo más
mínimo contra las leyes del universo ni su determinismo, suspenden o modifican
su efecto en un caso particular. Sin limitarse a pensar en las intervenciones
claramente milagrosas, que pueden ser obra de los ángeles, Santo Tomás afirma
que ejercen un dominio inmediato, immediatam praesidentiam sobre las
naturalezas inferiores. Añadamos que los descubrimientos de la física nuclear
vienen a ensanchar estos horizontes; estos descubrimientos nos adentran en un
mundo que sigue siendo el de la materia, pero en el que la materia, en razón de
su indeterminación con respecto a nuestras medidas, se sitúa en una relación de
conveniencia y de afinidad con lo invisible de las mociones angélicas,
participando así, en cierto modo, de la invisibilidad del espíritu.
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