NUNCA PERECERAS

Cuentan que en  cierta ocasión en un muelle, un hombre de contextura muy grande y fornida, cayó en el agua. Toda la gente estaba mirando para ver si alguien se decidía a lanzarse para salvarle la vida.

Un marinero que estaba ahí, se dispuso para echarse en el agua, pero no se decidía e iba esperando, hasta que el pobre naufrago perdió casi todas las fuerzas; entonces, cuando estaba a punto de perecer, el marinero se echó al agua y lo salvó. Poco después,  alguien le preguntó por qué había actuado de esa  manera, esperando que el hombre estuviese casi ahogado para salvarle; a lo que  él contestó que lo hizo para que así le fuera más fácil manejarlo y poderlo salvar.
Lo mismo sucede con muchos de nosotros, que solamente cuando estamos a punto de perecer es que Dios puede intervenir a nuestro favor.

Mucha gente se encuentra enfrentando problemas físicos, financieros, familiares, laborales o luchando contra vicios y siguen batallando por salvarse a sí mismos, continúan pataleando y haciendo todo lo que está a su alcance; pero mientras no se rindan a Dios y permitan que Él los rescate, seguirán en el agua peleando por sus vidas hasta que sus fuerzas se terminen y acaben por ahogarse.

Posiblemente te equivocaste, te alejaste de Dios y ahora estás en medio del mar tratando de salvar tu vida. No importa los esfuerzos que hagas ni cuán fuerte creas ser, si Dios no interviene perecerás.

Dios no ha dejado de escuchar tus oraciones ni disfruta verte solo y luchando por tu vida desesperadamente, pero necesita que rindas tus fuerzas y le permitas obrar. Él no va a permitir que te ahogues, no quiere que perezcas, solamente está esperando que le des la oportunidad de salvarte.


Recuerda que no importa cuánto hagas o cuánto aportes a caridad, no son tus obras ni tu talento, fortaleza o inteligencia lo que te salvarán; solamente la gracia de Dios puede socorrerte.

“Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro”. Hebreos 4:16 (RVR1960)

No interesa cuánto te equivocaste, ni cuál fue tu pecado o el tiempo que llevas luchando, mientras te arrepientas y reconozcas que sólo Dios puede ayudarte, nunca perecerás; Él te está esperado con los brazos abiertos.

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