En
una escuela, hace muchos años, un niño hizo una travesura, manchando los
papeles de la maestra con tinta.
Cuando
la profesora llegó y lo descubrió, exigió a todos el nombre del culpable.
-
¡López! Gritó un niño.
-
¡López, aquí! – ordenó la maestra tomando la tabla. Había dos hermanos del
mismo apellido, y se adelantó el mayor, quien recibió estoicamente el fuerte y
doloroso castigo.
De repente, el menor, llorando, se adelantó gritando:
-
¡Maestra: No le pegue más! No fue él, fui yo el culpable. La profesora dejó de
lado el castigo, intrigada, y pidió explicaciones:
-
A ver, tú, López, el mayor: ¿Por qué te has adelantado para ser castigado si
protestar de tu inocencia? Habla.
-
Porque él es más pequeño, menos fuerte y está un poquito enfermo –
contestó el pequeño héroe. La maestra, maravillada, abrazó al niño y le dijo:
- Muchacho, nunca serás en tu vida más cristiano que
hoy. ¡Esto es lo que hizo Cristo por ti y por mí! Hace miles de años, tú y yo
tuvimos un sustituto, quien sin culpa alguna tomó nuestros lugares y recibió el
más duro castigo y la muerte más espantosa que un hombre puede recibir.
Fue despreciado y rechazado: hombre de dolores, conocedor del dolor más
profundo. Nosotros le dimos la espalda y desviamos la mirada; fue
despreciado, y no nos importó. Sin embargo, fueron nuestras debilidades
las que él cargó; fueron nuestros dolores los que lo agobiaron.
Y
pensamos que sus dificultades eran un castigo de Dios; ¡un castigo por sus
propios pecados! Pero él fue traspasado por nuestras rebeliones y
aplastado por nuestros pecados. Fue golpeado para que nosotros estuviéramos en
paz; fue azotado para que pudiéramos ser sanados”. Isaías 53:3-5 (NTV)
Voluntariamente, Jesús se entregó por nosotros, soportó la humillación, el desprecio, el rechazo, los golpes, las burlas, una corona de espinas, los clavos con los que fue crucificado y una lanza atravesó su costado, todo por amor a nosotros. Él sabía que no había forma alguna de que nosotros alcanzáramos la salvación por nuestros medios y con nuestras fuerzas; por eso, decidió entregarse como sustituto de la humanidad.
Que su sacrificio siempre esté presente en nuestras vidas, que podamos vivir dignamente, honrando a Jesús, quien no escatimó su propia vida y la entregó para que pudiéramos vivir una eternidad con Él.
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