Dios, no guardes silencio; no calles,
oh Dios, ni te estés quieto. - Salmo 83:1
El
silencio, muchas veces suele confundirnos. Seguramente te ha pasado de tener
que compartir unos breves instantes con una persona extraña en un elevador y
casi instantáneamente comienzas a sentirte incómodo ante la situación tensa que
se genera. O tal vez en una reunión, de pronto se produce un silencio y los
participantes comienzan a mirarse entre sí generando un clima de incomodidad.
Que decir cuando nos toca mantener un diálogo con una persona que solo nos
contesta con monosílabos y no parece muy interesada en la conversación.
Al
cabo de un tiempo puede que nos sintamos confundidos y que nos formemos un
concepto negativo de esa persona.
Pareciera que el silencio incomoda y molesta y hasta puede interpretarse como
una señal de agresividad, ya que a veces se utiliza como un arma de castigo o
de disciplina. Por ejemplo, el padre está enojado con su hijo entonces decide
no hablarle por algunos días, le aplica un trato frío e indiferente a través
del silencio.
Cuando
esto sucede en reuniones, como mencionaba anteriormente, hay personas que se
sienten en la obligación de cubrir un silencio con una broma o repentinamente
toman la palabra, como si esto fuera su responsabilidad. Aún en la oración,
pareciera que aprendimos a asumir el silencio como algo negativo, ya que en
muchos casos, nuestra oración consiste solo en hablar. Tenemos una larga lista
de pedidos, agradecimientos y demás pero hay dificultad para quedarnos en
silencio y escuchar la voz de Dios.
Es verdad que el silencio nos incomoda pero quizás el que mas nos confunde es el de Dios. Muchas veces la falta de respuesta nos llena de incertidumbre y nos lleva a preguntarnos: ¿será que estoy haciendo algo mal?, ¿o será que Dios está enojado conmigo? O simplemente pensamos con resignación: El ya no me escucha, entonces qué sentido tiene seguir orando.
En realidad, y aunque todos estos pensamientos son habituales, tenemos que pensar que el silencio de Dios, no siempre tiene que ver con enojos, ni con algo malo que hayamos hecho, ni tampoco con algo que dejamos de hacer. Muchas veces, solo nos está tratando de llevar a un nuevo nivel de búsqueda de su presencia. Suele suceder que con el correr de los años en la vida cristiana, la rutina, las presiones y las heridas van apagando el fuego.
A
veces el silencio de Dios nos lleva a que volvamos a buscar de El con la
intensidad que lo hacíamos en otros tiempos. Seguramente hay un nuevo nivel
donde te quiere llevar pero no puedes ir con lo mismo de ayer, necesitas estar
preparado.
Te animo a que vuelvas a pensar en los silencios de Dios, no como algo negativo, no como un trato indiferente de parte de El, sino como un proceso o una oportunidad en la cual se despierta un nuevo hambre espiritual en tu vida. Entonces la oración se renueva y finalmente recibes una promoción espiritual, un nuevo nivel donde El te quiere llevar.
No
luches, no te enojes, sube al próximo escalón.
Espero
que estés bien, al igual que disfrutes de esta publicación en ESPERANZA EN
JESUS, Si te gusta, puedes compartirla con tus amigos en las redes sociales.