Curiosamente, las
palabras más usadas en el lenguaje humano, son equívocas: Yo, me, mi, mío.
Cuando las uso debo estar alerta: ¿Quién esta hablando? Si amo la verdad y
estoy abierto al Espíritu lo veré rápidamente. Hay que tener presente que estos
monosílabos son los favoritos del ego. Cuando el ego dice mío, el panorama
cambia radicalmente. Un niño puede destruir alegremente cualquier cosa. Pero si
declara, esto es mío, y lo rompes, arde Troya. Para un adulto la diferencia es
abismal entre “Han robado un coche” y “han robado mi coche”. El ego tiende a
identificarse con las cosas. Por eso su pérdida duele en el alma.
Al ego no se le puede matar, porque no es un ser vivo. Se le
debilita de dos modos. Primero tomando conciencia de la gran belleza que Dios
ha depositado en sus hijos. No se trata de una idea más. Es estar consciente
del milagro del propio ser. Es vivir el misterio en fe, sin pretender
entenderlo, con una confianza total en Dios, y una gratitud sin límites. Y
alimentar ese ser maravilloso con la palabra de Dios (Mt 4,4); con la oración y
meditación asidua a ejemplo de Jesús (Lc 5,15s); con el servicio al prójimo (Mt
25,40); con los sacramentos, canales de gracia divina; ante todo y siempre
haciendo la voluntad del Padre manifestada en los acontecimientos de cada día
(Jn 4,34).
Al mismo tiempo hay que cortar las alas al ego, y controlar su
dieta. ¿De qué se alimenta ese fantasma? De toda mentira y de toda fantasía.
Ante todo busca platos sabrosos: elogios, piropos, reconocimiento... Si los
vecinos no se los sirven, se los guisa él mismo narrando sus proezas. Cada vez
que tu lengua salta por llamar la atención, aunque sea contando un chiste, ¡ojo
con el ego! Al ego le encanta llamar la atención para fortalecerse. Por eso
busca también la controversia. Con cada victoria, demostrando que sabe más, que
tiene la razón, duplica de tamaño. Y algunas victorias las celebrará sin
esperar al aniversario.
Es preciso vigilar y orar para no caer en la tentación; para que
la controversia no retrase nuestro caminar hacia el interior, donde nos espera
el que nos creo, el que tiene tantas cosas importantes que comunicarnos. Y no
se retrase nuestro caminar hacia la gloriosa y gozosa libertad de los hijos de
Dios.
Mie ego enfermo
Las creaciones de Dios son buenas y perfectas (Gen 1,31). Las
creaciones humanas incompletas y perecederas. El ego, como creación humana,
siempre se rige por el principio de ser incompleto y de estar en peligro. Por
eso anda siempre buscando más cosas y nuevas sensaciones; si las consigue, nunca
está satisfecho por mucho tiempo.
Con frecuencia el ego frustrado se reprocha y se culpa a sí mismo
por cualquier deslice, error o falta. Es un modo de reafirmar su existencia.
Pero un modo muy dañino para la salud física y espiritual, por los complejos
internos que origina.
Quien dice o piensa, “Soy un desastre; todo lo hago mal; no sirvo
para nada”, se identifica con un ego enfermo y lo fortalece. El ego enfermo es
más pegadizo y peligroso que cualquier otro tipo de ego; y abre la puerta a la
depresión. Esta, tan común en nuestros días, procede en gran parte de la
sensación creada en la mente por la sociedad de consumo, de que uno carece de
algo necesario para ser feliz.
En el teatro grecorromano un actor podía representar diversos
papeles en el mismo drama. Para ello se disfrazaba con una careta llamada
persona. Es lo que hace el ego. Si no puede jugar el papel de héroe, se pone la
careta de villano o de víctima. Se alimenta de auto rechazo, de autocrítica, de
culpabilidad.
Nunca te critiques, culpabilices o condenes a ti mismo, si no
quieres pasarte la vida criticando, juzgando y condenando a otros, al menos
mentalmente. “Ama al prójimo como a ti mismo” es algo que el Creador ha escrito
dentro de nosotros, ante el altar de la verdad. Si en nuestra sociedad escasea
el amor el prójimo, es porque abunda el auto-rechazo. ¡Cuantas personas jóvenes
y no tan jóvenes no acaban de aceptarse como son!
El ego tiene muchos recursos para mantenerse en activo. Una treta
suya común con personas piadosas que no se aceptan a sí mismas es camuflarse de
humildad mal entendida: ¡soy el mayor pecador del mundo; soy un asno! “Humildad
es andar en verdad” (S. Teresa). Quien menosprecia su verdadero yo, no anda en
verdad, menosprecia a su Creador, que nos hizo a su imagen y semejanza;
menosprecia a su Salvador que nos ha comprado a todos al precio de su sangre.
Del ego no se libera uno ni con penitencias, ni con menosprecios, sino mediante
la verdad. La verdad es que la valía del ser humano no depende de lo que uno piensa,
desea, o consigue hacer. Su valía depende de lo que Dios ve en él.
Entra, Señor, en mi mente
Recuerda que la verdad es eterna, inagotable e indestructible. Es
posible no conocerla; no es posible cambiarla. No necesita defenderla; sí
exponerla y compartirla. Cuando uno defiende la verdad a capa y espada está
defendiendo su estrecha visión de la verdad.
Al mismo tiempo, nunca olvides que la vida entera es una escuela.
Cuando te encuentras en una situación difícil, ten por cierto que Dios quiere
enseñarte alguna lección de vital importancia. Entra en tu santuario interior,
donde el Maestro tiene su cátedra; adora y bendice a Dios y espera a que él
proyecte la luz de la verdad sobre la situación. Así adquirirás verdadera
sabiduría, mucho más preciosa que la ciencia que suele costar sudores. La
sabiduría te enseñará a apreciar y amar a las personas con quienes tratas, amar
el lugar donde te encuentras, con las ocupaciones que llenan tu vida. Y la
situación habrá cambiado. El amor abre todas las puertas, sobre todo abre las
puertas de la gracia divina
El cerebro humano contiene unos cien mil millones de células
nerviosas, llamadas neuronas, aproximadamente el mismo número que de estrellas
hay en nuestra galaxia. Algunas neuronas contienen volúmenes de información
precisa.
Cierra los ojos y trata de identificarte con tu mente espiritual. Descubre en ella el altar de la verdad. Y ora: Espíritu Santo de Dios consagra mi cerebro al Maestro divino, que en toda verdad dijo: “Yo soy el camino, la verdad y la vida” (Jn 14,6). Disuelve todos los pensamientos que no coinciden con los del Maestro; todos los pensamientos negativos, que separan a los hombres unos de otros y de la Verdad eterna. Graba en mí a fuego la mente de Cristo, que me conduzca a amar como él ama, y a realizar siempre y en todo la voluntad del Padre.
Cierra los ojos y trata de identificarte con tu mente espiritual. Descubre en ella el altar de la verdad. Y ora: Espíritu Santo de Dios consagra mi cerebro al Maestro divino, que en toda verdad dijo: “Yo soy el camino, la verdad y la vida” (Jn 14,6). Disuelve todos los pensamientos que no coinciden con los del Maestro; todos los pensamientos negativos, que separan a los hombres unos de otros y de la Verdad eterna. Graba en mí a fuego la mente de Cristo, que me conduzca a amar como él ama, y a realizar siempre y en todo la voluntad del Padre.