CRISTIANO DEL MONTÓN, O DISCÍPULO Y SOCIO DE JESÚS

Mt 9,35-38 nos ofrece una escena típica. Muchedumbres acosan a Jesús buscando favores, sin compromiso. Un círculo de discípulos, más o menos comprometidos y unos pocos íntimos rodean a Jesús, buscando su reino, y hasta cooperan con él. La historia se repite hoy: Hay millones de cristianos indiferentes, que acuden a Dios cuando lo necesitan: el suyo es un dios-útil. Por fortuna, hay también muchos cristianos comprometidos como discípulos, que buscan y sirven al Dios-Amor.

¿A cual de los dos grupos estás afiliado? ¿Ratificas tu afiliación al discipulado? A sus discípulos de ayer y de hoy Jesús brinda su amistad, y con ella su alegría, su gloria: “Como el Padre me amó, así os he amado yo a vosotros. Permaneced en mi amor... Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando. A vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer... Os he dicho esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría sea colmada.
Este es mi mandamiento: que os améis los unos a los otros como yo os he amado” (Jn 15,9-15; 17,24). Es en este marco de amistad con Jesús donde se desarrolla toda la vida de oración cristiana. Cualquiera que sea su lenguaje (palabras, cantos, gestos, miradas, silencios contemplativos...), la oración cristiana brota y se vive en el corazón, templo del Espíritu Santo.

No todos son hábiles para pensar, mas todos los humanos lo son para amar y, por tanto, para orar. Eso explica el resultado tan sorprendente que a veces obtiene la oración de niños muy pequeños.

Sta. Teresa: “No es otra cosa oración mental sino tratar en amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama... Para ser verdadero el amor y que dure la amistad, hanse de encontrar las condiciones” (ha de haber cierta semejanza. Ahí es donde el Amigo divino diviniza a sus amigos).

“He visto esto claro por mí, y no veo, Criador mío, por qué todo el mundo no se procura llegar a vos por esta particular amistad: los malos para que nos hagáis buenos.” (Vida c. 8,5). Cuando sus discípulos son fieles en cultivar la vida de oración, como amistad con quien sabemos nos ama, el Señor les va comunicado sus sentimientos, actitudes e inquietudes.

Y al fin, los invita a ser socios suyos en la gran tarea de santificar a su Iglesia y salvar al mundo. En todos los proyectos de Dios, la oración ha de ir por delante de la acción.

A sus colaboradores Jesús les urge a orar: “La mies es mucha, los obreros pocos. Rogad al dueño de la mies que envíe obreros a su mies” (Mt 9,37s). Para reclutar obreros carismáticos y entregados a su labor, hay que recurrir a la plaza del cielo.

Para pescar en la tierra hay que echar las redes en el cielo. Esta es la callada, pero fundamental, misión de los intercesores. Con tu ayuda material, por generosa que esta sea, puedes llegar a muy pocos. Con tu intercesión, puedes abrazar el mundo y empujarlo hacia Dios. Interceder, es acoger en tu corazón los intereses, necesidades y problemas de nuestra sociedad y “acercarte confiadamente al trono de la gracia a fin de alcanzar misericordia y hallar gracia para ser socorridos en tiempo oportuno” (Hb 4,16).

La intercesión no tiene otros límites que los de nuestro amor y los del poder de Dios. ¡Cuántos recibirán la gracia de la conversión y te estarán agradecidos por la eternidad! ¡Y cuántos amigos de Dios, gracias a tu oración saldrán de la mediocridad y se encaminarán hacia la santidad! Con ellos danzarás ante el trono del Dios tres veces santo. Unido cada vez más a Jesús, fuente de toda gracia, el intercesor se hace también canal de su gracia.

¡Cuántas gracias de santificación, apostolado, carismas, dones, virtudes... reciben así los miembros de la Iglesia! ¡Cuántos tentados de arrojar la toalla, recibirán un empujoncito y seguirán adelante por el camino de la santidad, sencillamente porque tú has orado por la santificación de la Iglesia! Con ellos alabarás a Dios y danzarás en la eternidad.

Dice Jesús: "Buscad primero el reino de Dios y todo eso se os dará por añadidura..” (Mt 6,31-34). ¡Y cuántas gracias reciben los canales, cuando aprenden a ser meros canales: cuando, olvidándose de sí y de sus cosas, aprenden a vivir para otros y orar por otros. “No nos dejes caer en la tentación”.

La tentación del canal sería convertirse en lago, en piscina, o al menos en un charquito: buscar su propia ganancia, no fiándose a ciegas de la palabra del Señor. “Nada hagáis por ambición, ni por vanagloria, sino con humildad, considerando a los demás como superiores a uno mismo, sin buscar el propio interés sino el de los demás” (Fl 2,4s).

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