Todos
los hombres, naturalmente, desean saber; mas ¿qué aprovecha la ciencia,
sin el temor de Dios? Por cierto, mejor es el rústico humilde que a Dios
sirve, que el soberbio filósofo que, dejando de conocerse, considera el
curso del cielo.
El
que bien se conoce, tiéntese por vil, y no se deleita en alabanzas
humanas.
Si
yo supiera cuanto hay en el mundo y no estuviera en caridad, ¿Que
me aprovecharía delante de Dios, que me juzgará según mis obras?
No
tengas deseo demasiado de saber, porque en ello se halla grande estorbo
y engaño. Los letrados gustan de ser vistos y tenidos por tales.
Muchas
cosas hay que, el saberlas, poco o nada aprovecha al alma; y muy loco es el que
en otras cosas entiende, sino en las que tocan a la salvación. Las muchas
palabras no hartan el alma; mas la buena vida le da refrigerio, y la pura,
conciencia causa gran confianza en Dios.
Cuanto
más y mejor entiendes, tanto más gravemente serás juzgado si no vivieres
santamente. Por eso no te ensalces por alguna de las artes o ciencias; mas teme
del conocimiento que de ella se te ha dado. Si te parece que sabes mucho y
entiendes muy bien, ten por cierto que es mucho más lo que ignoras. No quieras saber
cosas altas (Ron., 11, 21); mas confiesa tu ignorancia.
¿Por qué te quieres tener en más que otro,
hallándose muchos más doctos y sabios en la Ley que tú? Si
quieres saber y aprender algo provechosamente, desea que no te conozcan ni te
estimen.
EI
verdadero conocimiento y desprecio de sí mismo es altísima y doctísima lección.
Gran sabiduría y perfección es sentir siempre bien y grandes cosas de otros, y
tenerse y reputarse en nada. Si vieres a alguno pecar públicamente o cometer
culpas graves, no te debes juzgar por mejor, porque no sabes cuánto podrás
perseverar en el bien. Todos somos flacos; mas tú a nadie tengas por más flaco
que a ti.